Gonzalo Marroquín Godoy
Ayer hubo tres cosas que llamaron mi atención: 1) la portada de elPeriódico recomendando –indirectamente– un metro para unir la ciudad capital con Mixco; 2) la efemérides de hace 147 años (1870), cuando EEUU terminaba la construcción del su ferrocarril transcontinental, símbolo de progreso y de la visión de sus líderes y; 3) el día de relativo relajamiento en el tráfico vehicular por la celebración de la fiesta patronal de la ciudad.
Inmediatamente relacioné las tres cosas, porque –como ya he escrito antes– los atascos de vehículos son cada día más intensos y prolongados, al extremo de convertir la ciudad en una botella dentro de la que es casi imposible movilizarse con relativa normalidad y calma. En vez de ello, se vive con estrés y se pierde cualquier cantidad de dinero en vehículos consumiendo combustible sin avanzar y, lo peor de todo, el desperdicio de valioso tiempo que las personas podríamos utilizar para mejorar nuestra economía –y la del país– y, por supuesto, para disfrute de momentos familiares o descanso.
La capital celebra su feria patronal sin atascos gigantescos, pero hoy vuelve la ‘”normalidad” de “ciudad asfixiada”.
La noticia de elPeriódico no deja de ser sugestiva. Al alcalde Álvaro Arzú le ha parecido irrelevante en 18 años al frente de la comuna, buscar una solución real a este problema. Hace lindos parquecitos, cosas buenas como la peatonal de la sexta, pero el problema de fondo para el tránsito nunca le ha quitado el sueño.
Tuve alguna amistad con la embajadora de Francia –creo que entre 2007 y 2010, más o menos– Michele Ramis, quien promovió con la Municipalidad que ese país europeo invirtiera cerca de US$1 millón en un estudio para panificar un metro. Conversamos sobre el proyecto un día en su residencia en la zona 14 y estaba casi eufórica de optimismo.
Me dio la impresión que el alcalde Arzú apoyaba la iniciativa. Con dudas, le expuse que la idea me parecía genial, pero que el alcalde no daba muestras de interés y que si la idea no era suya, creía que no la aceptaría. No dejó de comentar que los periodistas solemos ser muy pesimistas y críticos.
Pasaron los meses, y luego ella me visitó en las oficinas de Prensa Libre. Su ánimo era diferente. Me dijo que el proyecto no avanzaba, que estaba por marcharse del país y se iba frustrada. Que lo había dejado en manos del entonces vicepresidente Rafa Espada, pero no sabía cual sería su futuro. Ahora sabemos la respuesta: no hubo eco a la iniciativa. Ni siquiera se tomó como base para empezar a desarrollar la idea.
Estados Unidos hace siglo y medio entendía que el tren era sinónimo de desarrollo. En Guatemala en cambio, el metro duerme en sueño de ilusos –aunque visionarios– y el ferrocarril fue regalado para sepultarlo. ¿Quién lo hizo? ¡Ah sorpresa! el mismo que considera que el metro no es viable. Algo tiene Arzú con el tema de los rieles, y no es lo suyo, posiblemente.
Ayer circulamos un poco más libremente los capitalinos. Pero hoy, todos los que lean esta columna –sin excepción, salvo que no salgan de su casa– tendrán que pasar largo tiempo en atascos a cualquier hora. ¿Cierto o no? Claro que no se trata de un problema que pueda resolver en solitario la Municipalidad o el alcalde capitalino. Esta debe ser una tarea en conjunto entre autoridades centrales y municipales, pero hay que principiarla en algún momento.
He visto al alcalde Arzú con trajes deportivos en modernas y novedosas bicicletas en la ciclovía. Aplaudo ese ejemplo que intenta dar a los vecinos. Sin embargo, me gustaría más verlo con las manos arremangadas y dejándose asesorar en lo que no sabe hacer: solucionar el problema del transporte colectivo, atacar la problemática del tráfico vehicular –ambos vinculados– y pensar ¡de verdad! en la Guatemala del futuro.