Gonzalo Marroquín Godoy
Esta semana tuve la oportunidad de reunirme en dos ocasiones con el embajador estadounidense, Todd Robinson, convertido en medio de la sociedad guatemalteca, en una especie de ángel y demonio; querido y respetado por unos, odiado y visto de mala manera por otros.
En la primera de las reuniones, había varios colegas de medios importantes del país, con quienes compartió una especie de conferencia de prensa. A una de las preguntas sobre el cabildeo contratado por cuatro diputados para mejorar la imagen de Guatemala en Washington y –supuestamente– socavar el trabajo que realizan la embajada de Estados Unidos y la CICIG en nuestro país, el diplomático, de manera directa los calificó de “idiotas”, palabra considerada como peyorativa e incluso como insulto.
El embajador Todd Robinson alborotó el
cotarro político con el uso de una palabra de uso muy común.
La Real Academia de la Lengua fija el significado de “idiota” de la siguiente manera:
- Tontoo corto de entendimiento. U. t. c. s. U. t. c. insulto. 2. Engreído sin fundamento para ello. U. t. c. s.
- Propioo característico de la persona idiota.
- Quepadece de idiocia. U. t. c. s.
- Quecarece de toda instrucción.
En términos generales, podemos afirmar que en Guatemala, como en la mayor parte de países de habla hispana, se utiliza como insulto, y se refiere a la persona como “tonta o corta de entendimiento”. Así que puedo tener como conclusión que el famoso “lenguaje diplomático”, que cuida las palabras y los mensajes, presentándolos de manera más bien cortés, no fue el utilizado por el embajador.
El resultado ha sido titulares de prensa, pero también debate intenso en las redes sociales, entre aquellos que ven al embajador como ángel y los que lo consideran demonio.
En lo personal no creo que sea ni lo uno ni lo otro. Ciertamente me sorprendió cuando utilizó un calificativo tan fuerte contra los diputados, a los que bien pudo llamar “cortos de entendimiento” o de alguna otra manera. Pero en todo caso, en la segunda ocasión que nos reunimos, al día siguiente, le pregunté la razón para usar una expresión tan fuerte.
Su respuesta fue algo extensa, pero básicamente –lo resumo– dijo estar “profundamente indignado” que en un país en el que hay tantas necesidades en educación, salud, desnutrición, etcétera, estos diputados consiguieran fondos para pagar un cabildeo millonario que, además –según él–, no logrará los fines que se pretenden.
Yo soy de lo que piensa que no debió usar esa palabra en una reunión con periodistas que, no cabe ninguna duda, la iban a utilizar como titular, porque no es común que un embajador se exprese de esa manera. Ha sido noticia aquí y lo sería en cualquier parte del mundo.
Hay que recordar que en redes sociales y conversaciones privadas, suelen escucharse palabras y calificativos peores hacia los diputados –en términos generales–. El problema es quien, como y cuando lo dice. La indignación sobre el gasto innecesario, lo oscuro de la contratación y sus objetivos, todo enmarcado en una realidad de pobreza nacional, es más que justificada, no así el término utilizado.
Ahora bien, tampoco es para rasgarse las vestiduras. El embajador Robinson no se ha caracterizado por cuidar las palabras que utiliza. Ha sido, en efecto, un diplomático atípico en ese sentido, lo que no quita que debe tener el tino necesario para referirse a los diputados, sin necesidad de usar la palabra “idiota”.
El embajador se irá en unos meses –no sacado por nadie, porque su período termina–, pero quien venga en su lugar, podrá cambiar el discurso y tono de las palabras, aunque en el fondo, seguirá siempre los lineamientos del Departamento de Estado. Eso no cambia.