Gonzalo Marroquín Godoy
Del dicho al hecho hay un gran trecho. Este es un proverbio que no es difícil de explicar, pues claramente está indicando que una cosa es hablar por hablar, decir por decir, pero algo muy diferente es demostrar que aquello que se habla, se predica, es lo mismo que lo que se practica.
En los últimos dos meses hemos escuchado muchísimas expresiones públicas que repiten y repiten que estamos a favor de la lucha contra la corrupción, pero en la práctica los hechos demuestran lo contrario. Ni siquiera se toman –en la mayoría de los casos– la molestia de aparentar que se actúa como las palabras lo indican.
De nada sirve el discurso y somatarse el pecho, si en la práctica se demuestra todo lo contrario.
El caso más relevante es el del presidente Jimmy Morales. No hay acto –entre los muchos en que ahora participa–, que no salga con su cantaleta de yo apoyo la lucha contra la corrupción, pero siempre con sus estribillos de que ¡eso sí!, exigiendo que se persiga a la corrupción, pero no a las personas (los corruptos ¡¡¿?!!), se respete el debido proceso –que por cierto nadie niega que deba respetarse–, además de asegurar que en nuestro país la justicia se ha politizado y la política judicializado.
En medio de constantes autoelogios por su gestión transparente, no pierde ocasión para enviar mensajes con el fin de debilitar el trabajo que realizan la Fiscal General, Thelma Aldana y el comisionado de la CICIG, Iván Velásquez. Si de verdad apoyara esa lucha contra la corrupción como dice –del diente al labio–, no estaría socavando mañana tarde y noche a las dos instituciones que con firmeza libra una batalla desigual en el país.
En el Gobierno, en cambio, no se ha dado ninguna muestra tajante de querer cortar la corrupción. Al contrario, persisten actitudes de anteriores administraciones.
El alcalde Arzú es otro que asegura estar en contra de la corrupción, pero la ha emprendido contra la CICIG y Velásquez cuando osaron denunciar la forma en que financió con dinero de la municipalidad algunas de sus compras para la campaña de su reelección en 2015, como si él estuviera por encima de cualquier otro ciudadano y fuera alguien intocable, como si no fuera su obligación rendir cuentas.
Y luego aparece otro grupo que se pinta con frases. Nada menos y nada más que la Cámara de la Construcción, que sale en defensa del alcalde Arzú –lo que están en todo su derecho de hacer– y lo hace con el mismo estilo del presidente Morales y los grupos más recalcitrantes que se oponen a la CICIG –incluyendo, por supuesto a los centenares de acusados en diferentes casos que se encuentran en prisión-, dicen estar a favor de la lucha anticorrupción, aunque de inmediato salen con el famoso pero, que no nos falta a los chapines cuando decimos que si, pero en realidad es no. (Es lindo… pero tiene un color desagradable).
¿No hubiera sido más congruente –si de verdad quieren transparencia y apoyan la lucha contra la corrupción–, que hicieran su reconocimiento a Arzú, pero señalaran que si la justicia así lo decide, aclare su situación ante los tribunales?
Mientras aquí se le niega hasta la debida seguridad a Thelma Aldana –la CIDH ha tenido que ordenar medidas cautelares a su favor para que la tenga– y se le ha llegado a calificar por parte del Gobierno de ser chantajista, en Viena la comunidad internacional la ha reconocido con el nombramiento de Presidenta de la Conferencia de Naciones Unidas contra la Corrupción.
Es increíble que mientras a nivel mundial aplauden lo que se hace en nuestro país por parte del MP y la CICIG, haya tantas personas y algunas instituciones en franca oposición a su trabajo, haciendo todo lo posible por mantener el status quo. Por supuesto que hay muchos interesados en que esto siga así, precisamente porque están tocando sus intereses económicos –ex funcionarios, diputados, constructores, particulares, jueces, magistrados y demás, que forman parte de las estructuras criminales que por largo tiempo han operado dentro del Estado–.
Hablar no cuesta nada. Demostrar con hechos es distinto. La buena noticia es que la mayoría entiende ese doble discurso.