Gonzalo Marroquín Godoy
Como quien no dice nada se han ido los cuatro primeros meses de 2018 y en este tiempo se aprecia un cambio significativo –y positivo– en el tablero de ajedrez político guatemalteco. Cuando falta únicamente ocho meses para la convocatoria para las elecciones de mayo de 2019, está claro que las fuerzas existentes están variando sensiblemente.
Abril se llevó a los dos políticos más longevos en la historia moderna de nuestra política. El expresidente de facto Efraín Ríos Montt, y el expresidente y alcalde capitalino Álvaro Arzú. Curiosamente, los dos enfrentando problemas judiciales y confrontados por ello con la CICIG. Ambos también, representantes del establishment, o grupo de poder que ha marcado la vida política del país durante las últimas décadas.
A diferencia de Ríos Montt, senil y muy enfermo, Arzú aún representaba el vigor de la clase política, misma que lucha fervientemente por detener la cruzada contra la corrupción y la impunidad que libran desde 2014 el MP y la CICIG. De hecho, desde finales del año pasado se había convertido en el hombre más poderoso e influyente del país, dictando el camino que, a su juicio, están llamados a cumplir los poderes del Estado.
Caen partidos políticos por corrupción y fallecen dos líderes de la política tradicional.
Demostró su nivel de influencia sobre Jimmy Morales al hacer que en el Congreso todos los partidos aliados al oficialismo se unieran para elegir como presidente a su hijo, Álvaro Arzú Jr., el único diputado de su partido –Unionista (PU)–. Esta fue una elección insólita. Desde que retornó la democracia al país en 1986 –con todos sus defectos–, ningún presidente del Congreso había surgido de un partido con un solo parlamentario.
A ese nivel había llegado el poder que reunía Arzú, empeñado en denunciar a la CICIG como un organismo internacional de izquierda que se entromete en los asuntos de Guatemala, como si no hubiéramos sido los propios guatemaltecos quienes propusimos a la ONU la creación de esta Comisión.
Ríos Montt no logró siquiera dejar como legado su maltrecho y corrupto partido (FRG), aunque las fuerzas eferregistas intentan presentarse ahora con un nuevo sombrero –literal–, pero con las mismas mañas del pasado.
Los unionistas deberán luchar ahora por rescatar al PU sin su líder natural. Recordemos que no se movía una hoja a lo interno de la Municipalidad ni del PU, sin la aprobación de su líder. El camino que se seguirá, seguramente, es el de victimizar al fallecido alcalde para presentar al partido como el “salvador” del país en las próximas elecciones. Tarea nada fácil, sin liderazgos reconocidos, lo que supone que deberán crear uno nuevo o importar alguno vigente.
Pero hay otros factores que permiten pensar que hay buenos indicios de cara al futuro político del país –aunque aquí, como todos sabemos, puede suceder cualquier cosa–. Ya desaparecieron los partidos PP y Líder, y permanecen en la cuerda floja FCN-Nación y la UNE. Todos estos partidos eran como los longevos líderes fallecidos, representantes del establIshment o de la desprestigiada clase política tradicional. Es más, si se detiene cualquiera a ver los nombres de los diputados que se integraron en el Pacto de Corruptos, encontrará los nombres de estas organizaciones, más las que como rémoras se pegan siempre a los partidos oficiales.
Ahora hay todo un debate sobre el financiamiento electoral ilícito. FCN-Nación ha sido señalado directa y claramente, por más que el presidente Morales quiera negarlo. El mismo fue implicado en otro caso, pero recibió protección de la mayoría de diputados y, precisamente, todos los partidos en cuestión.
Tampoco se debe pensar que con los cambios aquí mencionados todo será color de rosa en la política nacional. Al contrario, cabe esperar que la batalla continúe y que las fuerzas se vayan definiendo nuevamente. Lo bueno es que las máscaras han principiado a caer y dos líderes de esa corriente ya no están, mientras que los partidos corrompidos seguirán cayendo o, en el peor de los casos, quedarán al desnudo.
No debiéramos perdernos. La lucha contra la corrupción no pretende únicamente desbaratar las estructuras criminales como La Línea –y todos los casos emblemáticos que esperan por juicios–. Se trata también de sanear el sistema de partidos políticos y a sus líderes, responsables –unos más, otros tal vez menos– de la mayoría de males que nos afectan.
Falta ver, eso si, como influirá en este nuevo escenario la comunidad internacional. Ojalá que sea para bien y con respeto y no para peor.