Un presidente autoritario impone su voluntad, basado en el poder que detenta, sobre todo, cuando controla los tres poderes del Estado. Ejemplos históricos hay muchos.
Gonzalo Marroquín Godoy
Para ver como la tendencia al autoritarismo es tan fuerte en el mundo, basta con ver los ejemplos que nos muestra la historia, la misma historia que los hombres casi siempre queremos ignorar, por más que debiera ser una fuente de aprendizaje, para no tropezarnos tanto con la misma piedra, como está sucediendo repetidamente en Latinoamérica.
Aquí muy cerca, en el vecino El Salvador, el presidente Nayib Bukele deja claro que es un gobernante autoritario y avanza sin encontrar resistencia, apañado –eso sí– por buenos resultados en su administración y por el cansancio de la población ante la enorme corrupción que privó durante los gobiernos anteriores del derechista Arena y el izquierdista FMLN –muestra de que la corrupción no tiene ideología–.
Por ese fracaso del sistema político salvadoreño ganó Bukele las elecciones. Lo mismo pasó en Venezuela con Hugo Chávez, en Ecuador con Rafael Correa y Nicaragua con Daniel Ortega. También sucedió en Perú con Alberto Fujimori. Los cuatro llegaron a la presidencia por la fuerza de los votos, los cuatro empezaron bastante bien su administración, pero todos principiaron, antes o después, a concentrar el poder de manera autoritaria.
¿Qué pasos similares dieron? Borraron la independencia de poderes. Llegaron a controlar el Congreso, las cortes y hasta los defensores de derechos humanos. Confrontaron a la prensa independiente y promovieron la prensa oficialista, esa chaquetera que todo aplaude o esconde la realidad, sin fiscalizar ni denunciar corrupción y abusos.
En dos platos, la voluntad del presidente era lo único que importaba. El poder se vuelve absoluto y, como bien dijo el británico Lord Acton, el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente. Así es desde tiempos inmemoriales en la historia política de la humanidad.
Bukele ha tomado el mismo camino. Primero se hizo del Congreso también por los votos –como sucedió con los cuatro mencionados antes–, y de inmediato ordenó que sus diputados, destituyeran a los magistrados de la Sala Constitucional de la Corte Suprema, la más alta instancia judicial del país. Muy pronto cerró el círculo: Ejecutivo, Legislativo y Judicial, todos de la mano. ¡Lo mismo que aquellos!
Con la prensa, sucede igual. Se premia a los amigos -oficiosos– y se castiga a los independientes. Además, como también hicieron nuestros cuatro ejemplos, promueve medios informativos con fondos públicos. Todo, para tapar los ojos del pueblo y seguir gozando de popularidad.
La habilidad y capacidad de Bukele, por cierto, también buen orador, no está en discusión. Si no, basta ver como ha manejado infinitamente mejor la atención a la pandemia y vacunación, así como atención a infraestructura y salud pública. Por eso y por el fracaso del sistema político, muchos guanacos están felices con él.
Sin embargo, el autoritarismo nunca termina bien. No terminaron bien Pinochet, Hitler, Evo Morales, Jorge Serrano, Donald Trump ni los cuatro mencionados. En cambio, los platos rotos son muchos, las libertades se ven conculcadas o borradas y la sociedad se divide, sin olvidar que los abusos llevan a violaciones de los derechos humanos. En fin, lo que en un momento parece bueno, se torna en calvario nacional.