Joe Biden y Donald Trump se enfrentaron frente a las cámaras de CNN en un debate que, lejos de tener ganador, transmitió la sensación de que republicanos y demócratas han entrado en un proceso de declive, al no poder presentar mejores opciones.
Gonzalo Marroquín Godoy
La mirada perdida del presidente Joe Biden y las respuestas jactanciosas y engañosas del expresidente Donald Trump, evadiendo a veces el fondo de la pregunta formulada, fueron la nota destacada de dos horas de un debate con poco contenido de fondo y muchos ataques entre los contendientes a sus respectivas administraciones como mandatarios de la nación más poderosa del mundo.
Estados Unidos tiene una población de 331 millones de habitantes y es reconocida como la principal potencia mundial por su poderío militar, economía, influencia geopolítica y capacidad tecnológica, por lo que se dice que el habitante principal de la Casa Blanca es el hombre más poderoso del planeta.
Con 81 años, Joe Biden es el presidente de mayor edad en la historia de su país y busca la reelección en medio de críticas y dudas sobre su capacidad física y mental. En el debate no se mostró como alguien que se mantiene en forma con ocho décadas de existencia encima. Las cámaras no dejaron que pasara desapercibida su falta de concentración, que se traducía en respuestas poco contundentes, incluso cuando atacaba a su rival.
Trump, que tampoco es un jovencito –tiene 78 años–, se mostró más agresivo y dinámico que el presidente, pero haciendo afirmaciones engañosas a diestra y siniestra, al tiempo que evitaba responder algunas de las preguntas que le formulaban los entrevistadores.
El expresidente, quien ha sido condenado en al menos dos juicios –uno civil y otro penal, con 34 cargos imputados–, intentó vender la imagen de un hombre y político de éxito, como el mejor expresidente de la historia de Estados Unidos, y alguien a quien el mundo entero le rinde pleitesía y sumisión, incluidos Vladimir Putin (Rusia) y Xi Jinping (China). Por cierto, cree que el líder ruso no habría invadido Ucrania si él estuviera en el Despacho Oval…
También se le increpó por la actitud antidemocrática que promovió en contra del Capitolio cuando denunció un fraude inexistente. Eludió dar una respuesta tajante sobre el papel que jugó el 6 de enero de 2021, cuando varios cientos de simpatizantes suyo asaltaron violentamente el poder legislativo estadounidense.
El próximo 11 de junio el juez Juan Merchan, del distrito de Nueva York, dictará sentencia contra Trump. No se espera que le imponga un castigo severo (cárcel), pero en todo caso, de ganar las elecciones, será el primer presidente de su país que recibe una condena por crímenes penales.
Ese es el escenario que tiene por delante la nación más poderosa del mundo. Podrán tener a un anciano presidente que requerirá de un equipo de de asesores para que le ayuden en la toma de decisiones –por los que no se puede votar, lógicamente–, o tendrán a un presidente populista, autoritario y jactancioso, condenado por varios delitos cometidos, que además no es ningún jovencito.
Viendo desde fuera el escenario electoral estadounidense, parece impensable que esto pueda estar sucediendo en un país tan avanzado. Hay que recordar que ninguno de ellos tuvo fuerte oposición en las primerias de sus respectivos partidos. Los demócratas aceptaron prontamente que el mejor camino era buscar la reelección de Biden, y en el bando republicano los contrincantes de Trump fueron abandonando la carrera uno a uno.
El complejo sistema político estadounidense apunta a un marcado bipartidismo, que deja prácticamente sin oportunidades a otros aspirantes a la presidencia apoyados por pequeños partidos, como los verdes o liberales.
Robert Kennedy Jr., que tampoco es un jovencito (70 años), es el tercer candidato con mayor intención de voto en las encuestas, pero no sobrepasa el 10% y no tiene representatividad en todos los estados, lo que le deja al margen de cualquier posibilidad de llegar a la Casa Blanca.
Como puede verse, se trata de un círculo vicioso, en el que solamente demócratas y republicanos juegan con fichas de poder a nivel nacional. Hay elecciones en las que cabe esperar que gane quien gane saldrá un buen gobernante, pero hay otras, como sucede ahora, en que pareciera que con ninguno de los dos se podrá decir que la principal potencia del mundo estará en las mejores manos… o tan siquiera en buenas manos.
El calendario político de Estados Unidos tiene previstas fechas importantes: el 11 de julio, la sentencia a Trump; la Convención Nacional Republicana tendrá lugar pocos días después, del 15 al 18 de julio; la Convención Nacional Demócrata sucederá entre el 19 y 22 de agosto; luego se inicia la campaña electoral que concluye el martes 5 de noviembre con las elecciones presidenciales.
Aquí en Guatemala hay muchos que añoran que Trump gane las elecciones, porque creen que con él de nuevo en la Casa Blanca, Estados Unidos levantaría las sanciones que ha impuesto a más de 300 guatemaltecos por «corruptos y antidemocráticos». Así es que habrá que esperar.
Por el momento, queda esperar quién será el habitante dela Casa Blanca: ¿el envejecido Biden o el convicto y nada joven Trump?… o quizás, haya una sorpresa y los demócratas, empeñados en la reelección, terminen dándose cuenta de que sus posibilidades se reducen a cada momento y optan por buscar una alternativa diferente. Quizás, quizás, quizás…