Gonzalo Marroquín Godoy
Hay algunas cosas que nos suceden que guardamos en nuestra mente y que, con el tiempo, se convierten en lección de vida. No tengo una memoria fotográfica, ni cosa que se parezca, pero esto ocurrió en un capítulo muy especial de mi vida, pues fue el inicio de una guerra que libré en el telenoticiero 7Días para mantener una línea editorial independiente, sobre todo, de quien pretendía acallarnos, el magnate mexicano Ángel González.
No voy a contar los pormenores de aquel caso –que algunos guatemaltecos recordarán–, pero el momento que viene a colación se produce cuando me amenazan con el cierre del telenoticiero, a pesar de tener contrato vigente, simple y sencillamente porque no les gustaba la línea editorial que manteníamos de denuncia de los temas sociales que afectaban a los vecinos de la capital.
El país sigue ‘patas arriba’, pero lo malo para todos –economía incluida– es que la crisis no ha tocado fondo.
Llega entonces el abogado Max Kestler –por cierto todo un caballero–, representante de González, con la amenaza simple y llana: 7Días no puede informar nada que perjudique la imagen del entonces alcalde Álvaro Arzú –era el año 1987– o se cierra el programa, que para entonces era uno de los más visto en el país.
Era una amenaza fuerte, de un hombre poderoso, sin duda muchísimo más poderoso que un pinche joven periodista que estaba innovando en la tv nacional. El Lic. Kestler me dijo con tono paternal: “piénselo Gonzalo, porque no es broma lo que le digo”. Yo entonces le respondo una frase que resultó profética. Le dije tranquilamente: “dígale a Ángel que no se equivoque. Es más fuerte y poderoso, pero si él pretende tirarme al agua, se va a mojar conmigo”. Y añadí: “recuérdele que una guerra las partes saben como principia, pero no como termina”.
En aquel momento no sabía que aplicaba también para mí, porque fue una guerra en la que pagué graves consecuencias –Ángel González también–, pero a la larga no me arrepiento, pues defendía principios y valores, mientras él, solamente intereses políticos y económicos.
Traigo esto a la actualidad, porque el país está en medio de un conflicto político de proporciones inimaginables –al menos por ahora–, de complicada solución y que tiene al pueblo pagando los platos rotos por una pugna entre un sector que trata de combatir la corrupción y la impunidad y otro grupo que no quiere que el país cambie y pretende eliminar de tajo todo indicio que ponga en peligro a la clase política, amenace a los corruptos o simplemente atente contra el status quo –es decir que provoque cambios al sistema imperante durante las últimas décadas–.
Todos sabemos como se inicio esta guerra: el MP y la CICIG osaron acusar al hijo y hermano de Jimmy Morales –por ventas ilícitas al Estado, incluyendo lavado de dinero– y luego a él mismo –por el delito de financiamiento electoral ilícito–. La respuesta fue la declaración de non grato para Iván Velásquez, y estalla así la guerra.
Desde entonces hemos visto batallas de diferentes niveles. Unas escaramuzas y otras francamente fuertes, con todo tipo de armas.
El país en su conjunto ha pagado por lo que parece terquedad de Jimmy Morales –aunque más bien es una reacción de sobrevivencia– y mientras la incertidumbre crece, se produce un marcado debilitamiento de las instituciones y la gobernabilidad está al borde del precipicio –¡cuidado!, porque el cabo Morales (Moralejas), podría dar un paso al frente–.
Sabemos como comenzó, pero desde aquel inicio han cambiado los actores, se han sumado varios, muchos empiezan a cobrar conciencia, otros están decepcionados y, en concreto, el escenario es tan cambiante como el campo de batalla.
Hacer una análisis con posibles escenarios no es fácil, pero no resulta difícil anticipar que no estamos –ni por asomo– cerca de un final… mucho menos feliz.
Todos podíamos suponer que Jimmy Morales no es un estratega. Ahora que se confirma, es difícil anticipar sus acciones y reacciones, porque mucho depende de lo que diga a su oído Álvaro Arzú, los militares que lo rodean, sus amigos de partido y hasta sus antiguos compañeros de películas.
En esta guerra hay actores nacionales, de izquierda, de derecha, extranjeros, con intereses políticos, económicos o sociales. Es un cóctel difícil de digerir. El efecto lo estamos viendo: un Gobierno que se desgrana y pierde popularidad, complots de todo tipo, amenazas y hasta agresiones.
Don Jimmy, que debiera ser el catalizador positivo, es en realidad un incendiario. El problema es que faltan liderazgos que participen como bomberos. Por el momento, no hay diálogo ni negociación. Tan solo hay disposición a la guerra. La fuerzas se siguen definiendo y atacando. ¿Y yo (Ud.) estoy a favor o en contra de la lucha contra la corrupción y la impunidad.