El pequeño salón de un apartamento de Harare con paredes decrépitas se transformó, en noviembre, en una maternidad. La dueña se convirtió en comadrona para ayudar a mujeres embarazadas, aterrorizadas ante la falta de personal y material en los hospitales públicos y también ante la posibilidad de dar a luz solas en sus casas.
Zimbabue está sumido desde hace unos 20 años en una terrible crisis económica y su sistema de salud pública está agonizando.
La situación empeoró recientemente con la huelga de los médicos del servicio público, iniciada a principios de septiembre. Piden una revalorización de su salario, cuyo valor cayó en un año, víctima de la hiperinflación y de la devaluación de la moneda.
Cuando los enfermeros se unieron al movimiento en noviembre y la situación se volvió insostenible, especialmente para las futuras madres.
«Un hombre vino a decirme que dos mujeres estaban dando a luz» cerca de una maternidad cerrada por huelga, explica a la AFP Esther Gwena, de 69 años y sin ninguna formación médica.
Cuando llegó, uno de los bebés estaba muerto. «Traje a la otra mujer a mi casa, donde la ayudé. El bebé sobrevivió», explica aliviada, desde su apartamento de dos habitaciones en Mbare, un barrio pobre de Harare. «Desde ese momento, supe que algo tenía que hacer», explica esta abuela muy creyente, con una bufanda blanca bordada de una cruz verde, símbolo de su iglesia tradicional.
Tienda
Esther Gwena cubrió el suelo de hormigón de su salón con grandes bolsas de plástico para dar cabida a las parturientas y, durante dos semanas, varias mujeres se sucedieron para dar a luz en el suelo. Como Winnie Denhere, de 35 años. «Todo salió muy bien. No nos pidió dinero», comenta, con su hijo de dos días en brazos.
Una empresa puso a disposición de las pacientes agua y una tienda de campaña que, plantada en el patio, sirve de sala de espera improvisada. Incluso la Primera Dama, Auxillia Mnangagwa, fue al lugar con comida, detergentes y mantas.
Lo más complicado fueron los partos de nalgas, recuerda Esther. «Rezaba a Dios y los partos transcurrieron sin problemas», asegura. En total, «he ayudado a 250 bebés a venir al mundo, afirma.
Sin embargo, esta cifra no puede verificarse de forma independiente. Finalmente, se reabrió una maternidad y las autoridades exigieron a la partera improvisada que cesara sus actividades. Lo que hizo, ante la desesperación de futuras madres que dicen tener más confianza en «Ambuya» Esther (abuela en shona) que en los hospitales.
Falta de guantes
Los hospitales se convirtieron en una «trampa mortal», afirman los médicos en un comunicado. «No hay salud pública. Todo está en punto muerto, incluso los encargados de urgencias han renunciado», explica a la AFP un doctor que pidió el anonimato por miedo a represalias.
El movimiento social lanzado en septiembre se paraliza. El gobierno despidió recientemente a 448 médicos huelguistas.
Los enfermeros que regresaron al trabajo sólo se presentan en el hospital dos días a la semana, por falta de salario suficiente para desplazarse. «No tienen que venir dos días seguidos, así que no hay seguimiento de los pacientes», precisa.
Además de personal insuficiente, los hospitales carecen de equipo, incluso el más básico, como guantes. Y cuando están disponibles, no siempre son del tamaño adecuado. «Para operaciones delicadas se necesitan guantes perfectamente adaptados», insiste.
El ministro de Salud Obadiah Moyo reconoce que la situación es complicada, pero asegura que el gobierno pronto anunciará los puestos vacantes de los médicos despedidos. El tiempo apremia porque el sistema privado no es una opción para la mayoría de los zimbabuenses que apenas pueden pagar una comida al día.