Incluso en tiempos de pandemia, los vieneses se divierten mirando de frente a la muerte en un museo consagrado a las pompas fúnebres, que habla del más allá sin vueltas con un humor desconcertante.
Instalado en el subsuelo de una capilla ardiente art déco en el cementerio central de la capital austríaca, este lugar fue el primero en el mundo en exponer, a partir de 1967, una colección de ataúdes y mortajas para investigar la evolución de la cultura del duelo.
«Mucha gente teme a la parca, pero es como los impuestos, no se puede evitar», ironiza un vienés septuagenario de origen estadounidense, Jack Curtin.
Curtin llegó con su compañera, experta en las enfermedades de los muertos más célebres, y ambos recorren las salas con luces tenues. Es una idea «excelente», dicen.
Japón, Canadá… Antes los visitantes llegaban desde muy lejos, pero con la pandemia de coronavirus y el cierre de las fronteras, los austríacos tienen ahora este lugar de 300 m2 solo para ellos.
«Costado mórbido»
Aquí, el dicho es que la muerte es vienesa y el público se apasiona por la exposición temporal abierta en ocasión de los 250 años del nacimiento de Beethoven, que reposa a dos pasos.
La muestra recorre la vida del compositor alemán, revela su máscara mortuoria y describe de manera meticulosa su agonía vinculada a una enfermedad.
Lo mismo con Joseph Haydn, cuyo cráneo fue robado en 1809 por jóvenes estudiantes de medicina y enterrado cerca de un siglo y medio más tarde.
«Viena es bastante conocida por su costado mórbido», explica Julia Würzl, una joven en paseo otoñal melancólico entre las sepulturas.
- El cementerio central ofrece un último reposo a tres millones de almas
- un récord en Europa, sobre todo teniendo en cuenta que en la ciudad viven dos millones.
El surgimiento de la enfermedad covid-19 no disuadió al museo, que mantuvo sus puertas abiertas. Por el contrario, financiado por la municipalidad, propone más que nunca considerar a la muerte como una parte de la vida.
«Creo que con la epidemia, la gente se puso a reflexionar más sobre el modo en que quisiera ser enterrada», explica a la AFP Sarah Hierhacker, a cargo de relaciones públicas.
Carrozas fúnebres Lego
En Viena, cuna de la «pulsión de muerte» teorizada por Sigmund Freud, la urna biodegradable está de moda, así como las bóvedas donde hay lugar para los labradores y los chihuahuas…
La tradición imperial transformaba todo entierro en una espectacular demostración de poder, y sigue siendo importante, en la antigua ciudad de los Habsburgo, «ser enterrado con éxito».
No hay nada más mal visto que eludir el tema, incluso con los más jóvenes: crematorio, coches fúnebre, esqueleto… La tienda del museo propone toda una gama de Lego, solo disponible aquí, para permitir «jugar a la muerte» en el recreo.
«Si bien es cierto que hay que elegir las palabras adecuadas, es sin embargo crucial ser claro y transparente con los niños sea cual sea su edad, porque sentirse solo (ante la muerte) crea miedo y traumas», insiste la psicoterapeuta Michaela Tomek.
Los austríacos aprecian las virtudes pedagógicas de estos juguetes dignos de la «familia Addams», no los consideran lúgubres y los compran con entusiasmo.
También los atraen las máscaras de tela en las que el museo, con humor negro, ha escrito el epitafio «Los coronaescépticos liberan empleos».
«Imprimimos 3,000 pero tuvimos una demanda de 7,000», cuenta Sarah Hierhacker.
Macabro, un visitante pregunta si la ciudad volverá a poner en funcionamiento el «tranvía fúnebre», encargado de recoger los cadáveres en el peor momento de la gripe española en 1918.
Un siglo más tarde, la línea 71 del transporte público ha heredado su recorrido. De allí viene la expresión vienesa «tomar el 71», para referirse a morir.