En el aparcamiento de una gran iglesia en Varsovia, un sacerdote instalado en una silla, con una mascarilla, escucha a un penitente que se confiesa desde su auto, estacionado al lado.
En vísperas de Pascua, los católicos polacos tiene que confesarse, pero las iglesias están cerradas debido a la pandemia.
«Esto no cambia nada, ya que la confesión no está relacionada con el lugar, es un sacramento», explica Marcin, de 44 años, empleado del club deportivo Legia de Varsovia.
«Ya me ha pasado muchas veces en la vida confesarme en distintos sitios, de pie, caminando, o de rodillas en un confesionario», relata.
Una fila de coches espera pacientemente bajo un sol abrasador para poder situarse junto al sacerdote, delante del inmenso templo de la Divina Providencia, en el sur de Varsovia.
Algunos fieles vienen también a pie. Se sienten junto al cura para confesarse.
Un cartel indica «Confesión en el aparcamiento».
«Se hace extraño, me siento rara», reconoce Karolina, una contable cuadragenaria. «Pero para la seguridad y para poder confesarse serenamente, creo que está bien».
Otras confesiones «drive-in» se organizaron la semana pasada en varias ciudades de Polonia, siguiendo una iniciativa que ya se dio en Estados Unidos.