Afectados como el resto de la población por la epidemia del coronavirus, los musulmanes de Italia se quejan por la falta de espacio para sus muertos en los cementerios de la península.
«Todo esto ha sido la voluntad de Dios», sostiene Mustafa, frente a una tumba grisácea en el sector musulmán del cementerio de Bruzzano, en las afueras de Milán (norte).
El marroquí, de unos cincuenta años, llora la pérdida de su esposa, quien falleció el 7 de abril, a los 55 años, de COVID-19.
«Se contagió del virus en el hospital» de Milán, donde «había sido internada un mes antes» para una intervención banal en la pierna, cuenta.
Un ramo solitario de flores en medio de un rectángulo diseñado por guijarros alineados en el suelo indican el lugar en que ha sido sepultada.
Cadáveres en casa
Por ahora no hay estadísticas oficiales sobre el número de musulmanes, ni extranjeros ni italianos, que murieron durante la epidemia, que afectó sobre todo a la región industrializada de Lombardía (norte) y que causó la muerte de 34,000 personas en toda la península.
La minoría musulmana (casi 2,6 millones de fieles en 2018, es decir el 4.3% de la población total, según un estudio reciente) ha sido golpeada duramente, ya que reside la mayoría en el norte y está compuesta por un 56% de extranjeros (Marruecos, Albania, Pakistán, Bangladesh, Egipto).
El 44% restante son italianos, y ese porcentaje va en aumento.
Durante la pandemia, con la interrupción de todos los enlaces aéreos, los cuerpos de los musulmanes fallecidos no pudieron ser repatriados a sus países de origen, como es la tradición.
«Eso ha generado situaciones dramáticas, con cadáveres en las morgues por varios días, debido a la falta de lugar en los cementerios islámicos», denunció el diario La Repubblica.
Fue el caso de Hira Ibrahim, una macedonia que perdió a su madre a causa de la COVID-19 en Pisogne (norte), y que se vio obligada a velar el cuerpo en su casa durante más de diez días.
«Docenas de familias musulmanas han vivido la misma pesadilla», reconoce el periódico.
«El desconsuelo se multiplica sin un lugar para enterrar a sus muertos», sostiene Abdulá Tchina, imán de la mezquita de Milán-Sesto.
«La semana pasada, un musulmán murió aquí en Milán-Sesto. Su cuerpo tuvo que ser transportado a 50 kilómetros de distancia para ser enterrado», contó Tchina.
«Algunas familias en Brescia o Bérgamo tuvieron que esperar mucho tiempo para enterrar a sus muertos», reconoció Guedduda Boubakeur, presidente del Centro Islámico de Milán, que recibió ayuda del ministerio del Interior para encontrar tumbas en las parcelas habilitadas para musulmanes de los cementerios públicos.
La tierra y los muertos
Según la Unión de Comunidades Islámicas de Italia (Ucoii) existen 76 cementerios islámicos en todo el país, para unos 8,000 municipios.
El más antiguo fue construido en 1856, en Trieste, al extremo norte. El de Roma, centro de la cristiandad, fue construido en cambio en 1974.
Ante la falta de tumbas, Ucoii ha solicitado ayuda a los municipios.
Boubakeur asegura que «150 respondieron que están a favor de organizar un sector musulmán en sus cementerios».
La emergencia sanitaria desatada por la COVID-19 reveló también cómo ha evolucionado la comunidad musulmana en Italia, segunda religión del país.
«Algunos ancianos desean ser enterrados en el país de origen. Pero sus hijos y nietos ahora prefieren ser sepultados aquí, porque se sienten y son italianos», subrayó.
Para el líder musulmán es una señal elocuente de «mayor integración».