En donde estamos y ¿a dónde vamos?

MARTA ALTOLAGUIRRE


La historia del mundo y, en particular, los efectos de las guerras mundiales del siglo pasado, dejaron lecciones a la humanidad, comprendiendo que se deben encontrar vías alternas a las divergencias ideológicas y buscando el entendimiento y la negociación a fin de evitar la violencia y la confrontación que lleven a nuevas guerras.

Ese ambiente que después de varias décadas abrió las puertas a la comunicación entre las partes, impulsó la creación de vías de comunicación, mediante instituciones integradas por naciones de los distintos Continentes, como la ONU y la OEA, lo que permitió avanzar en diversidad de Convenios de protección a la humanidad y acuerdos de cooperación que facilitaron el comercio internacional así como la diversificación productiva de las distintas naciones.

Pero en estos últimos años, ciertamente hay desafíos que han frustrado a la humanidad, ante la burla a la democracia (occidental), las fallas de muchos gobernantes electos, falencias que están conduciendo a una renovada apetencia por los autoritarismos, que como indica Moisés Naim, conllevan una amenaza a la democracia y, a nivel mundial, inclina la balanza hacia una nueva guerra fría que ya está aquí.

Vemos, así, el entusiasmo de las masas electoras por las figuras mesiánicas y populistas, en demanda de gobernantes apasionados que consideran sí pondrán fin al terrorismo y supuestamente desde el Estado les cubrirán todas sus necesidades (Un Estado benefactor.).

Ciertamente, se requieren cambios cruciales para sentar las bases de un Estado efectivo y respetuoso de los derechos fundamentales, con instituciones sólidas, que establezcan las condiciones requeridas para la superación personal de todo ciudadano y que enderecen el camino torcido, cumpliendo con los principios elementales de una república.

Pero la solución no es descartar las evidencias de la historia que muestran cuáles han sido los sistemas que mejores condiciones han establecido para la mayor oportunidad de superación de sus habitantes; y mucho menos, descalificar las condiciones requeridas para un mundo que respete los derechos fundamentales de toda persona.

No es regresando a las primeras décadas del siglo pasado como se van a abrir las oportunidades de realización de vida; sí, la cobertura de servicios de salud y educación son fundamentales, y sí, la seguridad y la justicia son pilares indispensables para poder competir en un marco de legalidad y oportunidad.

Pero la imposición de déspotas y autoritarismos que eluden los principios básicos de la democracia, irrespetuosos de la ley y de la independencia y separación entre los poderes del Estado para tener el control absoluto de la nación es repudiable y debe rechazarse.

No son esos los sistemas que pavimentan el camino hacia las oportunidades de los ciudadanos, ni es esa la salida.  Tampoco lo es un dirigente que se dedique a galantear a las masas con discursos demagógicos, plagados de fantasías y mentiras que hoy por hoy, se aceptan como parte del carisma de estos renacidos líderes de la confrontación.  

De allí que se evidencia el necesario, ineludible y urgente el impulso de un Estado que siembre con firmeza los elementos constitutivos de esa nación sustentada en los principios republicanos, respetuoso de la ley y de los derechos humanos fundamentales y en la que se optimice el desempeño funcional de la nación.

La encrucijada que  vive Guatemala, con las múltiples deficiencias institucionales y la perversión de numerosas autoridades, requiere con urgencia el impulso de un rumbo claro y concreto para el país, y es evidente que si no se aborda con realismo la situación que prevalece y se asume la responsabilidad de enderezar el camino hacia la nación que aspiramos, deberemos afrontar lo que hoy que presagia; un desconsolador futuro.

Requerimos una nación productiva que aliente la inversión local y extranjera, que abra oportunidades para toda la población solo se logrará cuando prevalezcan los principios y los valores de una ciudadanía comprometida con el futuro del país; una nación digna, exitosa en su gobernabilidad, transparente y firme, respetuosa de los derechos inherentes a toda persona y que consolide el desarrollo óptimo de nuestra Guatemala. 

Alcanzar los objetivos requiere de la convicción y el compromiso de ciudadanos conscientes de los elementos realistas que sientan las bases para tener y dar sentido a la vida; un mundo de convivencia pacífica, de relaciones internas e internacionales que consoliden la vida en libertad, mediante el respeto recíproco y el fortalecimiento de los valores que progresivamente había asumido el mundo a lo largo de la historia y en particular en el último siglo. 

Ello requiere el desempeño óptimo del Estado, garantizando la seguridad y el ejercicio de la libertad de sus ciudadanos en seguimiento de los derechos fundamentales, reconocidos tanto internamente como en el contexto internacional.

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