La actriz simula una pistola con su mano, apunta contra una cámara de vigilancia imaginaria y dispara. En China, los directores de teatro tratan de estirar los límites de la censura con creaciones innovadoras.
Muchos trabajan fuera de los circuitos tradicionales: en espacios públicos, galerías de arte, museos, cafés. En estos lugares, las autoridades son menos vigilantes con los contenidos.
«En China, tener un espíritu rebelde puede ser peligroso. Si un artista se busca problemas, todo el mundo se va a apartar», explica Wang Chong, para justificar esta estrategia.
Wang habla con la AFP con motivo del Festival de Teatro de Wuzhen (este), una cita prestigiosa organizada en esta ciudad situada a 100 km al suroeste de Shanghái conocida por sus antiguos canales.
Para los directores, actuar fuera de teatros permite evitar las exigencias de los servicios de censura que tienen que aprobar los textos.
Numerosos teatros en China proponen obras modernas contemporáneas, en general, de autores occidentales, aunque las historias de la época imperial y de la epopeya comunista siguen siendo las más representadas.
Sin embargo, «si queremos evocar problemáticas sociales profundas, siempre hay una forma de eludir las reglas», dice Wang Chong.
Su última obra, una denuncia de la vídeovigilancia omnipresente en el país, ha sido interpretada al aire libre en Wuzhen durante el festival.
Su particularidad es que los actores fueron elegidos al azar entre el público. Todos los diálogos se los dictaban a través de audífonos.
«Techo de cristal»
Pero Wang Chong no siempre ha tenido tanto éxito.
Algunas de sus obras han sido prohibidas, una de ellas en 2016 sobre el escritor revolucionario Lu Xun (1881-1936) que abordaba asuntos sensibles. Interpretada en teatros, fue súbitamente retirada de la programación.
Describe este revés como sintomático del «techo de cristal» que encuentran las producciones vanguardistas.
Esta experiencia le ha llevado a recurrir a lugares menos oficiales, como en 2017, en la sala de clase de un colega pequinés, con la adaptación moderna de una obra del repertorio clásico.
Wang Boxin, de 34 años, fundador de un grupo teatral en Shanghái, utiliza la sátira y el humor negro en sus producciones, que suelen denunciar los «valores morales en declive» de China.
Su última obra, presentada en Wuzhen, fue inspirada por la detención este año de un joven caricaturista acusado de «insultar al pueblo chino» con unos dibujos que representaban a sus compatriotas como cerdos glotones.
La obra cómica estuvo interpretada por actores con cabezas de animales.
«Mientras no vendamos las entradas, no nos piden permiso y podemos mantener la libertad artística», explica Wang Boxin.
Estacionamientos subterráneos
El director Huang Baosheng produce sus obras en modo «guerrilla»: en casa de amigos, en los cafés y hasta en estacionamientos subterráneos.
Pero se debe más a la falta de recursos financieros que a la censura.
«El dinero es mi mayor preocupación. Un freno a mi creatividad», explica Huang Baosheng, de 25 años, fundador de un grupo en Hangzhu (este), que financia gracias a su trabajo en una empresa de internet.
Su perfil de autodidacta le dificulta el acceso a financiación pública o privada. Y el contenido vanguardista de sus obras reposa en numerosos mecenas potenciales.
Pese a todo, a los jóvenes chinos les gustan cada vez más estas obras experimentales, asegura.
Pero la censura sigue siendo un problema, estima Wang Chong.
Las autoridades «quieren que el teatro sea una industria como Broadway, que genere dinero como el cine», aunque siguiendo «estrictamente controlado», resume.
Reserva sus producciones más subversivas para el extranjero. El próximo año, presentará una en Australia, en la que será el único actor. La censura será el tema, como no podía ser de otra manera. «Mi viejo sueño es que el sistema de censura del teatro desaparezca. Si esto ocurre, mi obra habrá cumplido su misión», zanja