La democracia es el sistema político en el que el predominio del poder radica en el pueblo. La fórmula que se encontró para que pudiera ordenar y delegar esa facultad, fue por selección de sus autoridades por la vía electoral, lo que significa que quienes hacen gobierno, tienen la obligación de responder a los intereses de quienes los eligen, sin olvidar, por ningún momento, que se deben a la población en su conjunto.
Los partidos políticos se convierten, dentro del sistema democrático, en los canales de expresión de las diferentes corrientes de pensamiento.
Las distorsiones a la democracia devienen del irrespeto a ese principio fundamental. En el caso de Guatemala, hay que tener claro que los partidos políticos no responden a ese fin y, por el contrario, se han convertido en vehículos para llevar a personas al poder o para el enriquecimiento ilícito de sus dirigentes.
Estamos entonces ante una crisis de la democracia guatemalteca. Si bien es cierto que llevamos 30 años en este proceso –el período más largo de nuestra historia–, también es cierto que no han surgido partidos políticos sólidos ideológicamente, sólidos en sus principios, ni sólidos en su soporte
popular.
Los partidos en Guatemala nacen –para llevar a alguien al poder–, crecen –pero solo en la riqueza de sus dirigentes– y mueren –por su traición al pueblo–. Esa es la historia de la mayoría de organizaciones que han llegado al poder desde 1985, y por eso nuestra democracia vive en crisis. Los partidos políticos no han buscado el rumbo correcto para atender las necesidades de la población.
Los guatemaltecos hemos acudido a las urnas una y otra vez cada cuatro años, pero la historia simplemente se ha repetido. Grupos diferentes llegan al poder, pero sin cambios significativos entre unos y otros. ¿La razón?: todos son más o menos lo mismo; es decir, se han convertido en una dictadura multipartidaria que abusa de la voluntad popular.
En México existió una dictadura de más de 60 años -Partido Revolucionario Institucional (PRI)-. Para muchos mexicanos era una democracia, pero finalmente sin alternancia en el poder; lo que había en la práctica era un partido que gobernaba a su sabor y antojo. Hasta que el cambio llegó.
Aquí cambiamos de partido -en el poder- cada cuatro años, pero no cambiamos de rumbo ni de intereses, simplemente porque se ha construido una especie de nata en la superficie de la democracia, a la que podemos llamar clase política, la cual no permite que haya cambios ni que surja y se fortalezca la auténtica democracia.
Como no existe la perfección, la sociedades se vuelven tolerantes, hasta que los defectos superan lo que un pueblo puede aguantar. Eso está sucediendo en Guatemala; con el despertar de la población –que apenas inicia– las cosas se empiezan a ver de diferente manera, de manera más bien correcta.
Aquella corrupción que antes parecía normal, nos molesta e incomoda. La sociedad guatemalteca está comenzando a cambiar, lo cual es bueno e importante para rescatar la democracia, porque, la verdad, vamos por el camino equivocado.
El problema ahora es que estamos a las puertas de una nueva elección, y la solución no se podrá encontrar por esa vía, simple y sencillamente porque, no importando quién gane, el resultado al fin de cuentas seguirá siendo el mismo: un Ejecutivo y Legislativo cooptados por la clase política que no quiere cambios y desea seguir usurpando la democracia.
El 6 de septiembre, lejos de ser una fecha de oportunidad, será un día de frustración. Lo rescatable de todo esto malo, es que la sociedad exigirá más a las nuevas autoridades, y seguirá el proceso de un cambio exigido. O la clase política entiende, o la crisis se hará más profunda. Es importante que nuevos liderazgos se hagan evidentes en la sociedad, con el fin de que pueda haber un rumbo definido.
Las elecciones no son una solución, y distan de serlo. Sin embargo, serán un paso más en la búsqueda de las soluciones dentro de la institucionalidad. La respuesta que den la clase política y la sociedad marcarán el rumbo a seguir.