El título del último álbum del violinista Ara Malikian, «Royal garage», despista. No alude a los garajes donde ensayan las bandas de rock, sino al sótano donde de niño aprendió a tocar mientras se refugiaba de las bombas en Líbano.
Multipremiado, este músico de orquesta reconvertido en estrella con aires de rockero se ha granjeado un público internacional con un singular estilo ecléctico: sus composiciones fluyen entre la música clásica y la oriental, pasando por el tango, el flamenco, el pop…
«Ya no me defino. Toco lo que me emociona», resume Malikian, de 51 años y residente en España, en una entrevista en París, donde el domingo actuará en la emblemática sala Olympia, parada de su gira mundial.
¿A qué se refiere el título de su disco?
Al garaje donde nos refugiábamos en Líbano durante la guerra civil. Mi padre estaba obsesionado con los violines y los bajaba para que las bombas no los destrozaran. Ahí empecé a tocar. Otros bailaban, cantaban… era un lugar mugroso pero de lujo porque la música nos hacía felices.
¿Por qué esta vez prescindió de una discográfica?
Una de las multinacionales nos dijo ‘Para que funcione tienes que escoger un estilo, todo mezclado no funcionará’. Para mí es al revés. He llegado a ese estado de libertad en que hago lo que me gusta. Ya no tengo que escuchar que ‘Bach no se toca así’ o que ‘Eso no es flamenco’.
¿Huye de las etiquetas?
Siempre me han molestado. Vivimos en un mundo en que me preguntan mucho si soy libanés, armenio… Soy un poco de todo. Rechazo los nacionalismos, vengo de un país donde debido a los fanatismos han muerto millones de personas.
¿Y su público?
Está acostumbrado a escuchar algo no muy definido. Si te gusta Bach también te puede gustar Radiohead.
Usted, que ha sido exconcertino de la Orquesta Sinfónica de Madrid, denuncia que la música clásica viva encerrada en un microcosmos elitista.
No es lógico que la música clásica no tenga el mismo público que el pop. Justin Bieber puede llenar un estadio de 100 mil personas y si tú haces un concierto con Bach y vienen 2 mil ya es un éxito. Debería ser igual. Tenemos que preguntarnos qué estamos haciendo mal.
¿Por qué decidió instalarse en España?
Llevaba muchos años viviendo en el norte de Europa. Me quedé un verano porque se me había quemado un piso en Alemania. Ya no me fui. Descubrí algo que en otros países no recibía: un cóctel de culturas, la occidental, pero también las mediterráneas y el puente hacia Latinoamérica.
¿Cuida su imagen de rockero?
No me hago un disfraz para subir al escenario. Me ponía un disfraz cuando tocaba en la orquesta. Pero me costó salir. Tenía mucho miedo, porque mi padre me condicionó, para él tenía que ser músico clásico.
¿Empujará a su hijo pequeño a aprender el violín como hizo su padre?
Mi padre quería enseñarme porque le encantaba, pero también porque vivíamos en una época en que tener un oficio era sinónimo de sobrevivir. Hoy en día no le puedo decir a mi hijo que tiene que tocar el violín porque si no pasará hambre. Si decide no ser nada, también sobrevivirá.
¿Su padre habría aprobado su reconversión?
Falleció hace ocho años. Me hubiera gustado que viera los últimos cambios. Pero me vio salir de la música clásica con el espectáculo de humor (Pagagnini) que tuvo mucho éxito. Tenía miedo de enseñárselo, pero le encantó y a partir de ahí me lo aprobó todo.
¿Está apegado a su violín?
Al de mi abuelo, pero ya no lo toco. Ese violín le salvó de morir en el genocidio armenio. Sus padres fallecieron pero alguien se lo dio para que fingiera formar parte de un grupo musical occidental y poder huir.
¿Qué recuerda de su primer concierto con 12 años?
Me di cuenta de que podía hacer esto el resto de mi vida. No estaba ni nervioso. Eso vino después. Cuanto más creces, ¡más tonto te pones en la cabeza!
¿Se ha recuperado del accidente que sufrió este año bajando de un avión en Costa Rica?
Sí, me lesioné un hombro y estuve tres meses sin mover el brazo, pero estoy medio agradecido porque llevaba 15 años sin parar. He vuelto a enamorarme de lo que hago. Con tanto concierto y viaje estaba al borde de la rutina.