El síndrome de agotamiento y estrés que afecta a algunas monjas católicas, el llamado «burnout», preocupa al Vaticano, por lo que el papa Francisco decidió ayudar a las monjas que sufren ese síndrome.
Según el suplemento especializado en el tema de la mujer del L’Osservatore Romano, el diario oficial de la Santa Sede, el pontífice promueve la apertura de un centro para el cuidado de esas monjas.
La vida de las religiosas, sujetas a la jerarquía, que trabajan sin reglas claras ni contrato de trabajo, muchas al servicio de obispos y cardenales, en algunos casos es sumamente difícil ya que en algunos casos son víctimas de abuso de poder y sexual.
El suplemento mensual, «Donne Chiesa Mondo», trata el tema tabú por primera vez e ilustra la iniciativa sin precedentes tomada por la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG) de crear una comisión para estudiar el síndrome durante tres años.
El cardenal brasileño João Braz de Aviz, prefecto de la Congregación para los institutos de vida consagrada, considera que entre las causas de la pérdida de vocaciones de las monjas en Europa figuran los ritmos de trabajo, la ausencia de horario y garantías laborales y por ello los conventos están vacíos.
Las monjas que abandonan los hábitos, a menudo extranjeras, terminan en la calle, sin apoyo de la Iglesia.
Ante ese fenómeno, el papa argentino decidió abrir una casa para alojarlas en Roma, adelantó el cardenal.
«El gesto del papa es maravilloso. Fui a visitar a esas ex monjas. Encontré un mundo de personas heridas, pero también llenas de esperanza. Hay casos muy difíciles, a algunas las obligaron a quedarse en el convento y les quitaron los papeles», contó.
«Todo eso va a cambiar absolutamente», adelantó el cardenal.
Para la hermana Maryanne Lounghry, monja australiana, psicóloga y académica, hay que encarar el esquema organizativo de las congregaciones religiosas.
Para ella, uno de los problemas es fijar reglas sobre las obligaciones: el tiempo de descanso, las vacaciones, las licencias.
«No poder controlar la propia vida, no poder programar el propio tiempo, afecta la salud mental. Trabajar en la ambigüedad, sin reglas seguras, genera sensación de acoso, de sentirse abusada, atacada», resumió.
El poder absoluto del sacerdote sobre las hermanas en las parroquias es otro elemento negativo.
El suplemento había causado escándalo hace dos años al abordar el tema de la explotación de las monjas empleadas para las tareas domésticas y al servicio de los cardenales.