Hay ciertas cosas, circunstancias o hechos que simplemente las personas pueden —o suelen— no valorar. Entre ellas destaca el tiempo que se ha perdido, que no ha sido aprovechado o simplemente se ha dejado transcurrir sin sacarle ningún provecho. Es tiempo perdido.
En las decisiones empresariales, familiares o personales, el daño que se puede provocar al perder tiempo afecta de manera directa a quienes no toman decisiones o lo hacen de manera errática, pero finalmente, es un efecto focalizado. No sucede lo mismo cuando se trata de decisiones de carácter nacional, cuyas consecuencias tienen repercusiones que afectan a amplios sectores de la población.
Hacer un análisis sobre los primeros 50 días de una administración o nuevo gobierno puede parecer injusto o demasiado precipitado. Pero en realidad no lo es cuando se percibe que las cosas no han empezado a moverse, cuando las demandas sociales son gigantes y requieren de acciones inmediatas y contundentes. Ese es el caso de Guatemala, un país con graves problemas que requieren de atención ¡YA!, porque cada día que pasa llora sangre.
El presidente Jimmy Morales desaprovechó su tiempo como presidente electo para asumir el liderazgo nacional y principiar a empaparse de la realidad que le tocaría asumir el 14 de enero. La justificación que se dio fue que no le correspondía aún tomar decisiones, algo parcialmente cierto. En ese momento el país ya estaba naufragando y se requería de que el futuro gobernante asumiera un rol importante. Él prefirió la espera y pasividad.
Han transcurrido poco más de 50 días y ahora se comprueba que para enfrentar los desafíos que están latentes hubiese sido mejor conocer a fondo la magnitud de cada problema. Lo preocupante es que no solo se ha confirmado que no se tenía la menor noción de la realidad de la administración gubernamental, sino que no existe aún una programa de gobierno para atender la problemática nacional.
Para comprender la situación en la que nos encontramos tras los primeros 50 días de la administración del presidente Jimmy Morales, es suficiente con responder a las siguientes preguntas:
¿Se conoce si hay una política de transparencia?
¿Cuál es la política en materia de Salud Pública y qué se hará para superar la crisis hospitalaria —que es la más básica—?
¿Hay políticas de educación definidas?, ¿de seguridad?, ¿de medio ambiente?, ¿de transparencia y combate contra la corrupción —¡qué es tan importante! —?, ¿de empleo?, ¿de construcción de infraestructura?
Si partimos del hecho de que un partido y candidato que aspira a la presidencia debe tener una idea muy clara de la realidad nacional, y que luego el ganador tuvo los meses de noviembre, diciembre y 14 días de enero para prepararse, se supone que el arranque debiera ser focalizado y dinámico, sobre todo, en un país de tantos problemas y necesidades como Guatemala. Ahora estamos con 50 días que se fueron, pero sin una definición aún de las más urgentes políticas públicas.
El tiempo que se pierde no se puede reponer, simple y sencillamente porque se escurrió. Aquellos primeros días como gobernante electo se fueron, pero ahora, como agua que se corre entre las manos, el tiempo sigue transcurriendo sin que se definan políticas ni se vean acciones contundentes —como se debiera—, en las áreas que requieren atención prioritaria.
No falta quien diga y piense que es demasiado pronto para exigir resultados. ¡Es cierto! No se trata de esperar resultados, se trata de ver, percibir, o al menos intuir, que hay acciones o lineamientos en la dirección correcta. Un gobierno sin rumbo, no llega a ningún lado.
La administración del presidente Morales y del partido FCN-Nación ha transmitido más incertidumbre que certezas. Cincuenta días pueden parecer poco, pero cuando se han perdido y al país le urgen acciones, son demasiados, sobre todo, porque no se transmite la sensación de que pronto veremos algo contundente.
La dudas para el futuro: ¿Hay capacidad de aprender y corregir? ¿Fue error o incapacidad? Ojalá que haya sido un error, se haya aprendido y se tenga capacidad para corregir.