Cuando asistía a una obra de teatro en Kabul sobre el traumatismo, Hussain no pudo evitar ponerse a llorar porque la representación le hizo revivir una escena de guerra en Afganistán en la que estuvo a punto de morir.
«No podía parar de llorar», cuenta este estudiante de 22 años, que sobrevivió a un atentado suicida que mató a 57 personas en la capital afgana en 2018. «Todavía tengo pesadillas de ese momento, la sangre, los trozos de cuerpos y las personas heridas pidiendo ayuda».
Hussain, que no quiere dar su apellido, asistía a la obra de teatro «Tanhayee» («Soledad»), que narra la historia de dos mujeres, una superviviente de un atentado suicida y una víctima de agresión sexual.
En un país conservador que lleva cuatro décadas en guerra y sufriendo desplazamientos de población, los productores esperan que la obra sirva para advertir del impacto duradero de los traumatismos.
AFP / Wakil Kohsar Una actriz afgana actúa en la obra de teatro sobre el traumatismo.
«Cada individuo en este país se ha visto de una manera u otra afectado por un traumatismo mental», afirma Jebrael Amin, un portavoz de la oenegé Peace of Mind Afghanistan, que financia la obra.
«El teatro es una buena manera de sensibilizar a la gente porque se dan cuenta de que a su alrededor muchos comparten el mismo dolor», dice.
Cerca de un 85% de los afganos vivieron o asistieron al menos a un hecho traumático, según una encuesta de la Unión Europea de 2018.
Los datos del ministerio de Sanidad muestran que cerca de un afgano de cada dos padece sufrimientos psicológicos.
Estigmatización
«No hay ninguna duda de que la guerra y la violencia que conlleva son los principales factores de sufrimiento mental y de traumatismo en Afganistán», apunta Bashir Ahmad Sarwari, el jefe del Departamento de Salud Mental del ministerio.
AFP / Wakil Kohsar Un hombre en una calle de Kabul transportando todas sus posesiones.
Sin embargo menos del 10% de los afganos recibieron apoyo psicosocial suficiente por parte del Estado, según la oenegé Human Rights Watch.
La situación todavía es peor fuera de las grandes ciudades, donde escasean las infraestructuras sanitarias.
Además hay grandes zonas rurales en Afganistán controladas por los talibanes, donde no hay seguimiento psicológico.
El gobierno afgano formó a unos 850 consejeros sanitarios de salud mental en la última década. Pero el miedo a la estigmatización en una sociedad patriarcal y conservadora hace que muchas personas no quieran pedir ayuda.
«Es un gran problema porque las personas que sufren problemas de salud mental están consideradas como débiles, estúpidas o incluso locas», dice Bashir Ahmad Sarwari.
El impacto puede ser devastador. Najib, que rechazó dar su nombre completo por miedo a las críticas, empezó a sufrir depresión y ansiedad tras haber perdido a su madre en un atentado en Kabul en 2017.
AFP / Wakil Kohsar Dos actores afganos interpretan una obra de teatro sobre los traumatismos de la guerra y la depresión.
Cuando lo habló con sus amigos le rechazaron. «Pensé en suicidarme», cuenta.
Najib se sintió impotente y aislado durante años, hasta que le convencieron para consultar a un psicólogo.
Para lograr que muchos más enfermos acepten ir al psicólogo, los profesionales sanitarios usan métodos no convencionales, como el teatro o los proyectos artísticos.
La obra «Tanhayee» fue representada 15 veces pero tuvo que interrumpida para evitar la propagación del nuevo coronavirus.
Papeles «de la vida real»
Según el ministerio de Sanidad, más de dos millones de afganos de los 35 que tiene el país visitaron clínicas de salud mental el año pasado. Hace diez años apenas eran unos miles.
«Estamos en el buen camino», se felicita Wahid Majroh, el consejero principal del ministerio. «Pero el nivel de traumatismo (…) aquí es tal que los servicios o la sensibilización sobre la salud mental no alcanzan».
Las experiencias violentas están tan extendidas en Afganistán que el sufrimiento descrito en «Tanhayee» hizo llorar a muchos espectadores.
AFP / Wakil Kohsar Una mujer con una máscara de protección contra el coronavirus cruza un puente en Kabul.
La catarsis funciona en los dos sentidos. La actriz Jamila Mahmoodi, que interpreta a la víctima de una atentado, cree que la obra le ayudó a superar el hecho de que ella misma escapó por poco a un atentado suicida.
Durante meses este mujer de 21 años dijo haber luchado contra el estrés postraumático. «Tengo la impresión que actuar me ayuda», dice.
«Me siento en paz interpretando el papel que yo y otros miles hemos vivido en la vida real».