La pandemia obligó a bajar el telón del mítico Teatro Colón de Buenos Aires por segunda vez en más de un siglo de vida y nadie sabe cuándo volverán a resonar los aplausos en su majestuosa sala.
Sus artistas coinciden en que, mientras no surja una vacuna, las galas de ópera, ballet y conciertos serán un recuerdo.
«Todo lo que vuelva en el arte va a ser muy diferente de lo que se vio hasta ahora. Se reformularán los ensayos y la puesta», aseguró el primer bailarín Federico Fernández.
Argentina está en cuarentena obligatoria desde el 20 de marzo, pero el primer coliseo cerró una semana antes, en vísperas del ensayo general de la ópera Nabucco.
«Iba camino a ser deslumbrante, la mejor de la temporada» lírica, según Jorge Bergero, violoncellista de la orquesta estable del Colón.
Mientras el escenario está en silencio, en el subsuelo resuenan las máquinas. Allí medio centenar de artesanos de sastrería dejó de lado tules y coronas para fabricar tapabocas destinados a voluntarios como ellos.
Un nuevo Colón
Desde su inauguración en 1908, el Colón «se cerró sólo una vez (en 2008) para renacer y remodelarse», cuenta a la AFP su directora María Victoria Alcaraz.
Pero con la pandemia su futuro «es un desafío que requiere una mente abierta, creativa y flexible».
«No cabe ninguna duda que ya no va a ser el mismo», asegura.
Imagina una primera etapa de espectáculos vía internet y luego una vuelta a la sala «con distancia y menos público».
El cierre trajo además problemas financieros por el reembolso de abonos que el público adquiere hasta con un año de anticipación.
«Teníamos que devolver el dinero de las entradas vendidas el año pasado y que se utilizó para costear las producciones. Esto nos hace un bache muy importante de presupuesto», admitió Alcaraz.
El teatro envió 9.000 cartas a sus abonados invitándolos a donar el valor de sus entradas y recibió un 30% de respuestas afirmativas.
«Eso redobla el esfuerzo para que el Colón siga brillando cerca del Obelisco y, cuando se pueda, abra tan magnífico como fue hasta que se cerró», lanza como un deseo.
Palcos afuera
Luis Sava es violinista de la orquesta, pero hoy sólo sus vecinos disfrutan de su virtuosismo.
Desde que comenzó la cuarentena ensaya en la azotea para «combatir el encierro y matar la angustia».
«Descubrí que desde el techo puedo ver a un alumno mío en su balcón. Los días tranquilos hasta podemos escucharnos», cuenta.
El distanciamiento social fue una puñalada al corazón del teatro.
«En la orquesta somos más de cien y tocamos atril contra atril. A menos que la vacuna salga pronto, tocar será imposible», explica.
Su colega Bergero lo pone en ejemplos: «No se puede cantar una ópera con barbijo ni tocar al lado de un oboe que me echa su aire encima o en alerta si alguien tose en primera fila».
La soprano y pianista María Castillo de Lima prefiere soñar con «un regreso a sala llena».
«Después de tanta tragedia, la humanidad necesitará del arte como sea», afirmó.
Dar el salto
Al primer bailarín Federico Fernández le crecen alas cuando salta en el escenario.
Sin embargo, lo que más le preocupa ahora es «cómo dar el salto para sobrepasar esta situación».
«En este siglo sólo en las guerras mundiales ha habido algo similar, el arte vive un momento clave y estamos buscando cómo florecer en esta nueva etapa que vendrá», afirma.
Por ahora la virtualidad es el único recurso. Unos 200,000 espectadores vieron la retransmisión del ballet Lago de los Cisnes y casi 100,000 la de la ópera La Bohème.
Pero eso está lejos de conformar los sueños de Violeta, alumna del tercer año en la escuela de ballet del Colón, también cerrada. «Sin saludo final y aplausos, se acaba la magia», resume a sus 12 años.