Los países que consolidan su democracia crean constantemente una nueva política para mejorar las imperfecciones de la vieja política, la misma que aquí se resiste a desaparecer.
Gonzalo Marroquín Godoy
Como la tecnología, economía, finanzas, el mundo de los negocios y prácticamente toda actividad humana, la política necesita de una actualización constante para promover, a través de su práctica, los satisfactores que se requieren para avanzar y mejorar las condiciones de vida de las personas, grupos y el pueblo en general.
La política debiera ser una profesión de servicio, pues no debemos olvidar que se trata del ejercicio en que el pueblo delega su soberanía en las personas que llegan a los diferentes cargos públicos y –en teoría–, estos debieran ser parte de un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, como dijo en un discurso el presidente estadounidense Abraham Lincoln.
Este es un buen momento para reflexionar: ¿Tenemos un Gobierno –central o municipal– que trabaje para el bien común? ¿Hay en Guatemala una clase política comprometida con el fortalecimiento de la democracia y la búsqueda del desarrollo? Esto no tiene que ver con ideologías, tiene que ver con la práctica política: Es eficiente y positiva o ineficiente y destructiva.
La buena política debe ser como las orugas que se transforman en mariposas. No importa su inicio, pero su final es esplendoroso y su figura bella. La vieja política es aquella que se queda como larva y nunca logra la transformación a una vida útil y de servicio.
Cuando Guatemala empezó en 1986 la transición de gobiernos militares a civiles, se esperaba que la clase política podría llevar al país a un nivel superior. Creímos que veríamos autoridades al servicio de la gente. Craso error.
La vieja política se arraigó en un sistema ineficiente de partidos políticos. En vez de trabajar por el pueblo, trabaja para sus propios intereses. ¿Cuántos funcionarios o empresarios que hacen negocios con el Estado no se han enriquecido a costa de la pobreza del país?
La clase política no llega a servir, sino a servirse. Sobornos, negocios turbios, sueldos desproporcionados, contratos para amigos y familiares, intercambio de favores, contrataciones por cuello y tráfico de influencias, son la punta del iceberg de un sistema corrupto que impide toda posibilidad de desarrollo.
Esa vieja política se ha arraigado y ha desarrollado las alianzas necesarias para retener y ampliar su control y poder. Se escuda detrás de las instituciones que manipula, al tiempo que mantiene una especie de muro infranqueable en la caduca Ley Electoral y de Partidos Políticos, redactada y diseñada por la misma clase política, impedir que haya un cambio radical en el país.
Los casos de corrupción que se publican a diario no son fake news. Se destapan con mucha información, aunque no pasa nada. Esa tolerancia es mala, pues promueve más corrupción y facilita la impunidad.
Estamos cada vez más cerca del inicio de un nuevo proceso electoral. En una democracia seria, eso significaría la oportunidad de castigar a las personas o partidos políticos que actúan con voracidad, irresponsabilidad e incapacidad. Nosotros en cambio, en nuestra maltrecha y debilitada democracia, nos enfrentamos a un proceso en el que es casi imposible promover el cambio por la vía de las urnas y se terminará votando por el menos malo.
La alianza oficialista, que agrupa a la mayoría de partidos políticos tiene el control de todas las instituciones que debieran velar por fortalecer la democracia. Esta turbia alianza controla el Congreso, las cortes (CSJ y CC), el Tribunal Supremo Electoral y el MP. Todas del lado de la vieja política, y ninguna promoviendo una nueva política, diferente, transparente y de servicio.
No importa que no haya reforma a la Ley Electoral, porque de todas maneras los cambios positivos no llegarían, pues la vieja política se impone.
Alguien me dijo que las críticas son buenas cuando llegan acompañadas de sugerencias, de ideas de cómo resolver la problemática y de iniciativas concretas. Ciertamente no parece haber un libreto para una solución en el corto plazo, porque las fuerzas entre la alianza oficialista y quienes queremos un país diferente son muy dispares.
Lo que es cierto es que la sociedad debe cobrar conciencia de la necesidad de cambio. Habrá que esperar que surja alguna opción diferente, pero transparente en las próximas elecciones. Aún con eso, no es fácil que pueda convertirse en opción real de triunfo, porque los hilos del poder los manipulan los corruptos de la alianza oficialista.
Tal vez algo que puede ayudar es la ambición de los integrantes de esa alianza, porque es la que podría llevar a un rompimiento interno y, con eso, la división les puede debilitar. No hay solución sencilla, pero si cobramos conciencia de lo mal que estamos, del yugo que impone la vieja política, pues tarde o temprano lo mandaremos por un tubo… No hay que dejar de actuar, ni entregar los anhelos… ¡Nunca!