El presidente ruso, Vladimir Putin, inauguró este miércoles la primera cumbre Rusia-África, prometiendo a los líderes africanos duplicar en cinco años sus intercambios comerciales.
Tras haberse reunido durante casi una hora con su homólogo egipcio, Abdel Fatah Al Sisi, que preside la Unión Africana, el mandatario ruso inauguró este encuentro, celebrado en la localidad costera de Sochi, haciendo hincapié en el potencial desarrollo de África.
Ante decenas de jefes de Estado y de gobierno africanos, Putin aseguró que Rusia podía «como mínimo duplicar» sus intercambios económicos con el continente en los cinco próximos años, a través de los «numerosos socios potenciales que tienen muy buenas perspectivas de desarrollo con un gran posible crecimiento».
Con este encuentro, Moscú muestra sus ambiciones en un continente del que se retiró tras la caída de la URSS y donde China y los países occidentales le llevan mucha ventaja.
Con 43 dirigentes y más de 3,000 participantes, la ciudad que acogió los Juegos Olímpicos de Invierno de 2014 adoptó por unos días los colores africanos.
En el recinto de la cumbre, destacan sobre todo los estands de empresas de armamento, en los que se puede ver a los empresarios rusos y africanos manipulando los últimos fusiles automáticos presentados por Rossoboronexport, la agencia rusa a cargo de las exportaciones de armas.
Entre los países africanos, solo Kenia, República Democrática del Congo y Yibuti disponen de un estand.
Esta cumbre es una réplica de los «foros de cooperación chino-africanos» que han permitido a Pekín convertirse en el principal socio del continente.
En la sesión plenaria, Vladimir Putin también prometió que Rusia seguiría ayudando a los países africanos suprimiendo sus deudas. El «monto total» supera los 20.000 millones de dólares, aseguró.
La supresión de las deudas es un punto clave de la política rusa en África, que suele imponer estas condiciones en los contratos de armamento con los países afectados.
Una de las primeras reuniones bilaterales que el presidente ruso mantuvo fue con su homólogo sudafricano, Cyril Ramaphosa, quien se felicitó por la «relación maravillosa que tenemos desde hace tiempo». Esta cumbre de Sochi es, para él, «una oportunidad para reforzar nuestra relaciones».
Sin injerencia política
Para el presidente ruso, que ha programado 13 reuniones bilaterales, el foro será una oportunidad para demostrar que para él el continente africano es importante pese a que en 20 años sólo viajó tres veces a África subsahariana, y todas ellas a Sudáfrica.
Rusia necesita a socios y oportunidades para impulsar su lento crecimiento después de cinco años de sanciones económicas occidentales.
En un contexto de crispación con los países occidentales, la cumbre de Sochi también será una oportunidad para que Rusia demuestre su poder de influencia global tras su regreso a Oriente Medio gracias a su papel en la guerra en Siria.
Los tiempos en los que la influencia soviética se ejercía en todas partes del continente son lejanos. En aquel entonces, Moscú se había forjado un lugar con su apoyo a las luchas por la descolonización, pero la caída de la URSS supuso un retroceso espectacular.
En 2018, el comercio entre Rusia y África ascendió a 20.000 millones de dólares, menos de la mitad que los de Francia y diez veces menos que China. Y la mayor parte del comercio es de armas, un área en el que Rusia no suele estar a la cabeza.
Para cambiar las cosas, Putin presume de una cooperación sin injerencia «política ni de otro tipo», en un momento en el que algunos países africanos, preocupados por su dependencia financiera, comienzan a cansarse de China.
«Es normal y natural que Rusia quiera profundizar sus relaciones con África, de la misma manera que China, Japón, Estados Unidos y los países de la UE», declaró a la AFP hace unas semanas el ministro de Relaciones Exteriores de Cabo Verde, Luis Filipe Tavares.
Pero Moscú tiene mucho camino que recorrer para competir con China u Occidente. «Rusia no es la Unión Soviética, carece de recursos, de ideología y del atractivo de su predecesora», concluye Paul Stronski, del Centro Carnegie en Moscú.