El papa partió este martes de Japón, poniendo fin a un viaje centrado en su rechazo a la bomba atómica y durante el cual planteó los interrogantes que suscita el uso civil de la energía nuclear.
El avión despegó del aeropuerto de Haneda en Tokio en torno a las 11H45 hora local (02H45 GMT) con destino a Roma.
El punto álgido del viaje de cuatro días al archipiélago japonés, al que soñó con ir de joven como misionero, fue su emotivo encuentro en Nagasaki e Hiroshima con los supervivientes de las bombas atómicas lanzadas sobre estas ciudades en 1945.
Francisco calificó de «crimen» el uso del átomo con fines militares y condenó la idea de que la posesión de la bomba atómica disuada los ataques.
Saludó uno por uno a los supervivientes, llamados «hibakusha» en Japón. Habló con algunos y a otros les estrechó la mano. A una mujer que lloraba la abrazó.
La denuncia del horror de la guerra y de las armas es un grito recurrente no sólo del argentino Jorge Bergoglio sino también de los papas que le precedieron.
Pero un claro rechazo a la teoría de la disuasión nuclear constituye una ruptura con el pasado. Ante la ONU en 1982, Juan Pablo II definió esta doctrina como un mal necesario «en las condiciones actuales».
Francisco también consoló el lunes a las víctimas de la catástrofe del 11 de marzo de 2011 en el noreste de Japón.
Ese día, un terremoto submarino causó una ola gigante que se llevó por delante a más de 18,500 personas y golpeó la central de Fukushima, causando el peor accidente nuclear de la historia después del de Chernóbil (Ucrania) en 1986.
Entonces habló de la «preocupación» suscitada por el uso de la energía atómica y pidió una mayor movilización para ayudar a las 50,000 personas desplazadas por la contaminación nuclear en su región.
El lunes también mantuvo un encuentro con jóvenes, celebró una misa ante 50,000 personas en Tokio y se reunió con el nuevo emperador Naruhito, así como con el primer ministro japonés Shinzo Abe.
En su gira asiática el jefe de la iglesia católica visitó asimismo Tailandia, un país que al igual que Japón cuenta con una comunidad católica ultramoritaria (menos del 0.6% de la población de estos dos Estados)