Pide alejarse de la imagen de una Iglesia que «aplasta bajo los sentimientos de culpa»
El Papa ha instado a «tender la mano» y alejarse de la imagen de una Iglesia que «aplasta bajo los sentimientos de culpa» en la eucaristía que ha oficiado en la basílica De San Pedro del Vaticano con motivo del Domingo de la Palabra de Dios.
Durante la ceremonia, Francisco, que ha conferido los ministerios de lectores, acólitos y catequistas a laicos y, por primera vez, a mujeres, ha hecho un llamamiento a los cristianos para no olvidar que la Palabra se hizo carne, también, para sufrir con los que sufren. «Habitó entre nosotros, y quiere hacernos su morada, para colmar nuestras expectativas y sanar nuestras heridas», ha señalado el Pontífice.
Francisco les ha pedido que sean «anunciadores creíbles, profetas de la Palabra en el mundo». Y ha añadido: «Dios no nos deja tranquilos, si quien paga el precio de esta tranquilidad es un mundo desgarrado por la injusticia y quienes sufren las consecuencias son siempre los más débiles».
Del mismo modo ha criticado la «religiosidad sacra» que se reduce a un «culto exterior» que «no toca ni transforma la vida». Y ha instado a preguntarse: «¿Somos una Iglesia dócil a la Palabra; una Iglesia con capacidad de escuchar a los demás, que se compromete a tender la mano para aliviar a los hermanos y las hermanas de aquello que los oprime, para desatar los nudos de los temores, liberar a los más frágiles de las prisiones de la pobreza, del cansancio interior y de la tristeza que apaga la vida?».
El Pontífice ha asegurado que la Palabra de Dios no «aleja de la vida», sino que introduce a las personas «en la vida, en las situaciones de todos los días, en la escucha de los sufrimientos de los hermanos, del grito de los pobres, de la violencia y las injusticias que hieren la sociedad y el planeta».
De este modo ha instado a no ser «cristianos indiferentes sino laboriosos, creativos, proféticos». Y ha señalado: «Dios no es un tirano que se encierra en el cielo, sino un Padre que sigue nuestros pasos. No es un frío observador indiferente e imperturbable, sino Dios con nosotros, que se apasiona con nuestra vida y se identifica hasta llorar nuestras mismas lágrimas».
Del mismo modo ha asegurado que el Dios cristiano es «neutral e indiferente», por lo que a pedido seguir su ejemplo. «Es un Dios cercano que quiere cuidar de mí, de ti, de todos. Quiere aliviarte de las cargas que te aplastan, quiere caldear el frío de tus inviernos, quiere iluminar tus días oscuros, quiere sostener tus pasos inciertos», ha concluido.