Ismael Villegas está de vacaciones, pero nadie se daría cuenta de eso al ver su aspecto.
No se ha bañado en una semana, ha dormido pocas horas en el piso de un strip club, y está todo el día escarbando entre los escombros de un edificio que colapsó tras el terremoto que azotó a México la semana pasada.
Villegas es un «topo», un rescatista voluntario que construye túneles entre las montañas de hierro y concreto de edificios desplomados en busca de sobrevivientes.
Es una tradición que se remonta al devastador sismo de 1985 que provocó la muerte de más de 10.000 personas y destruyó cientos de edificios en Ciudad de México.
Aquel terremoto -que también asoló la ciudad un 19 de septiembre- sobrepasó los servicios de emergencia de la ciudad, y los rescatistas voluntarios llenaron ese vacío.
Aquellos primeros topos desarrollaron una eficiente técnica para sacar a víctimas atrapadas en edificios colapsados, la cual consiste en reptar a través de los agujeros que dejó el propio edificio al desplomarse y luego hacer túneles de manera horizontal, piso por piso, buscando agujeros de aire en donde podrían encontrarse personas con vida.
Es más rápido y menos costoso -también más peligroso, claro- que la técnica estándar internacional, que implica una excavación vertical, una sección a la vez y con pausas para asegurarse de que la estructura continúa estable.
– «Un antro que tiene de todo» –
Cuando el martes pasado el terremoto estremeció Ciudad de México Villegas estaba a 700 kilómetros de la capital, en el estado sureño de Oaxaca, ayudando a remover los escombros que otro terremoto había causado en esa ciudad el 7 de septiembre.
Tan pronto como la tierra dejó de temblar, fue a su vehículo y se dirigió a Ciudad de México, donde los primeros reportes ya hablaban de edificios que se habían derrumbado y gente que había quedado atrapada.
«Me vine manejando rápido. Hice 10 horas de camino. Llegué aquí a las 2 de la madrugada y a empezar a trabajar, directo al escombro. Gracias a Dios mis compañeros y yo logramos sacar a siete sobrevivientes».
Desde entonces, Villegas no se ha movido de la avenida Álvaro Obregón, en el moderno distrito Roma, donde se desplomó un edificio de oficinas de siete pisos y donde se puede apreciar una de las peores escenas de destrucción de un sismo que se cobró la vida de más de 330 personas.
«Nos estamos quedando en un antro que tiene tubo y todas las cosas de chicas, y bar, y todo. Nos abrieron las puertas, nos permiten utilizar los sanitarios y allí nos dormimos en el piso», dijo a la AFP
– «Es como un pastel» –
Villegas calcula que hay alrededor de 200 topos en México.
Él es electricista de profesión, trabaja en el metro de la capital y tiene 46 años. Pero ser un topo, dice, te quita todo el tiempo.
«No soy casado y no tengo hijos, yo creo que por andar de rescatista, porque no me siento tan mal físicamente. Pero sigo soltero… Es lo que hacemos, tenemos como una misión en la vida que debemos cumplir, simplemente», dice.
Pero es peligroso: un error en un edificio colapsado y puedes precipitarte por un abismo. Un cambio en la precaria estructura y puedes terminar aplastado.
«Es como un pastel en diferentes niveles, y de repente quita las bases y lo que era seis niveles de pastel queda reducido a uno y medio. Es un sandwich apretado. Es un mar de cemento, de varilla, de metal, de residuos, de líquidos. Es una sensación de deseperación», explica Luis García, abogado y topo de 43 años.
Pola Díaz Moffitt, quien trabaja junto a Villegas, comenzó a hacer esto en 1985. Dice que todavía al día de hoy el miedo la invade cuando se mete entre los escombros.
«Al principio te tiemblan los piececitos, y luego ya te acostumbras. Todo se mueve. Es escombro es inestable. El escombro es como el Big Brother, siempre está cambiando».
Esta trabajadora social de 53 años calcula que ha ayudado a salvar unas 25 vidas en su carrera.
Ya son pocas las esperanzas de encontrar a otro sobreviviente de este terremoto de 7,1 grados.
Cuando el edificio de la avenida Álvaro Obregón se vino abajo había 132 personas dentro, de las cuales 29 fueron rescatadas con vida en los primeros días y 69 en toda la ciudad.
Pero desde el viernes solo se han encontrado cadáveres en los 39 edificios que se desplomaron.
Los topos, sin embargo, no se rinden. «Todavía hay vida. Nosotros hemos sacado personas con una semana en los escombros. Incluso un poco más», recuerda Villegas.