El masaje tradicional tailandés, un arte milenario popularizado en las últimas décadas en todo el mundo, fue reconocido este jueves por la Unesco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
«La inscripción del masaje tailandés es histórica. Ayuda a promover estas prácticas localmente e internacionalmente», declaró el delegado de ese país en Bogotá, primera capital latinoamericana en acoger al comité especial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
Importado de India hace alrededor de 2,500 años por monjes y médicos budistas, el Nuad -nombre tradicional de esta práctica- se transmitió por décadas de forma oral, de maestro a alumno, en templos y familias.
En el siglo XIX, bajo el impulso del rey Rama III, los sabios del Templo del Buda Reclinado (Wat Pho) grabaron en la piedra aquellos conocimientos.
Pero hubo que esperar hasta la creación de la escuela de medicina tradicional de Wat Pho, en 1962, para que esta técnica se difundiera en Occidente, donde hoy proliferan los salones de masaje tailandés.
A través de una coreografía perfectamente orquestada sobre diez líneas energéticas del cuerpo, la técnica consiste en ejercer presión con los pulgares, codos, rodillas y pies del masajista, así como en estiramientos y contorsiones del paciente.
Insignia de Tailandia, esta práctica genera cada año varios millones de dólares en ingresos.
El masaje está presente en la vida local: las calles, los mercados, las estaciones de tren o hasta en la playa. Desde hace casi una década, también es considerado como un tratamiento terapéutico, puesto en práctica en cientos de hospitales.
Además de sus beneficios relajantes, numerosas investigaciones destacan sus propiedades para ayudar a aliviar dolores de espalda, problemas de circulación, migrañas, insomnio o ansiedad.
La imagen del Nuad fue empañada a partir de la guerra de Vietnam y la llegada de decenas de miles de soldados estadounidenses a Tailandia. Desde entonces, algunos salones de masajes proponen también servicios sexuales.
La Unesco recibe anualmente cientos de candidaturas de los 178 Estados que ratificaron la convención, pero considera poco menos de 50. Sus expertos presentan recomendaciones favorables o desfavorables a un comité integrado por 24 países, que toma la decisión final.
Si bien el ingreso en esta lista les da un sello distintivo, la declaratoria es solo la parte más visible del proceso, cuyo objetivo final es la protección de la diversidad cultural frente a la creciente globalización.