Enfoque: Gonzalo Marroquín Godoy
Vaya si no están pasando cosas raras en el mundo —incluyendo Guatemala, por supuesto—. En el plano político, nosotros vivimos el fenómeno Jimmy Morales; los estadounidenses ven cómo el excéntrico Donald Trump irrumpe en la política y sorprende hasta a los propios dirigentes republicanos, y en el cono sur, Evo Morales y el chavismo reciben, por primera vez en mucho tiempo, sendas derrotas electorales, como antes había sufrido Cristina Fernández de Kirchner.
En materia de lucha contra la corrupción, una tarea que estaba pendiente a lo largo y ancho del planeta, las cosas cambian y se han destapado escándalos por todos lados: Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá, El Salvador, Bolivia, Chile, Venezuela, Ecuador y ahora Brasil. Esto trae un mensaje positivo, y la buena noticia es que seguramente veremos más casos como estos. Lo que antes era excepción —funcionarios corruptos perseguidos por la ley—, principia a convertirse en norma.
Los atentados la semana pasada en Bruselas, recuerdan al mundo que el terrorismo es un mal endémico que puede brotar en cualquier punto de los cinco continentes, y que los conflictos geopolíticos tienen repercusiones más allá de la región y los países involucrados de manera directa.
En su homilía de Resurrección desde el Vaticano, el papa Francisco dijo una frase muy certera, y citó: el mundo está lleno de personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu, mientras que las crónicas diarias están repletas de informaciones sobre delitos brutales, que a menudo se cometen en el ámbito doméstico, y de conflictos armados a gran escala que someten a poblaciones enteras a pruebas indecibles.
El Pontífice habló del culpable de todo esto: el corazón del hombre que provoca odio y muerte. Podría haber incluído que ese corazón muchas veces también está lleno de avaricia, un vicio que fomenta la corrupción y es uno de los causantes de que haya tanta disparidad y dolor en el planeta.
Los altibajos de la economía global siempre sorprenden, y cuando aún no se sale de una crisis, comienzan a escucharse causas de la siguiente. En medio de todo, por supuesto, está ese corazón del hombre del que habla el papa Francisco.
Los precios de los combustibles están en niveles bajos y favorables para las mayorías, pero seguramente pronto prevalecerá algún interés particular y la situación cambiará.
Algo hay que reconocer, y es que —lamentablemente— este tipo de situaciones han existido siempre a lo largo de la humanidad: luchas y guerras por el poder, corrupción, inestabilidad social, cambios bruscos de tendencias políticas, crisis económicas, abusos y demás.
Siempre ha existido eso por la actitud del ser humano y la voracidad que sus líderes suelen mostrar. La diferencia, hoy en día, es que es más difícil mantener los secretos y el oscurantismo.
La fluidez de la información en la actualidad hace que las cosas no puedan mantenerse escondidas tanto tiempo. No es que haya necesariamente más corrupción; es que se está descubriendo más. No es que fenómenos como el de Trump sean únicos; es que se magnifican por la inmediatez y variedad de medios de información y comunicación en general.
Antes nos enterábamos al día siguiente o muchas horas después de un atentado como los de la semana anterior, pero la caída de las Torres Gemelas —el 9/11— se pudo ver en vivo por televisión, y muchos detalles de los sucesos ocurridos en el aeropuerto de Bruselas pudieron verse de inmediato por videos filmados por personas que estaban en el lugar. El drama se siguió casi en vivo.
En Brasil, la presidenta Dilma Rousseff fracasó en su intento por proteger al expresidente Lula da Silva en un caso de corrupción porque la tecnología permitió que su encubrimiento fuera descubierto.
La tecnología y la información van de la mano y sus avances tienen repersución en temas tan sensibles como la política, la economía y la justicia —para citar solamente los tres más visibles—. La llamada opinión pública, que era la masa más informada de la sociedad, hoy ha crecido de manera gigantesca, porque más personas tienen acceso a esa información por medio del internet, con sus redes sociales y multiplicidad de páginas informativas.
Antes de que la Corte Suprema de Justicia conociera el caso de Godofredo Gudy Rivera, la prensa y las redes sociales estallaron con la denuncia de un complot, que finalmente no pudo concretarse. Anteriormente, para saber de una tendencia o sentimiento entre grupos poblacionales, se tenía que recurrir a las encuestas o estudios de opinión; en la actualidad, las redes sociales son un indicador, no preciso, pero indicador fuerte.
El mundo siempre ha dado sorpresas a la humanidad. Mejor dicho, la humanidad siempre ha dado sorpresas en el mundo, pero hoy nos enteramos y reaccionamos con mayor prontitud. Aun así, vemos que persisten las dictaduras —reales o dictaduras democráticas—, la corrupción, las intrigas, las guerras y los abusos. La esperanza es que todo esto fortalezca la justicia y que así se puedan combatir mejor.
Bien dijo el papa Francisco que el problema de la humanidad es el corazón del hombre que provoca odio y muerte.