El año pasado, estuve cuatro veces en la Plaza, no solo porque compartía el sentimiento ciudadano de frustración que se manifestaba cada sábado, sino porque también me interesaba entender lo que estaba sucediendo en el país y comprobar, de primera mano, ese sentir que se expresaba como muy pocas veces antes en nuestra historia política.
Lo primero que me impresionó fue el microcosmos que se encontraba representado en la Plaza de la Constitución. Llegaba gente de condiciones sociales muy dispares, jóvenes —muchos—, adultos y viejos, hombres y mujeres, indígenas y ladinos, universitarios y trabajadores, intelectuales e incultos, izquierdistas y derechistas. En realidad, se trataba de una muestra poblacional muy representativa de la capital y los centros urbanos.
Había, sin duda, muchas diferencias en la manera de pensar de todos los manifestantes, pero había algo que les unía en aquel momento: el agotamiento ante la corrupción y la impunidad imperante en el país.
Después de las primeras manifestaciones, en las cuales únicamente se pedía #RenunciaYa —clara alusión a los entonces gobernantes—, el movimiento se diversificó en sus expresiones, pero el foco principal siguió siendo el mismo que, interpretado de alguna manera, estaba dirigido como crítica a la élite que ha fomentado ambos males en nuestro sistema político.
Algunos pidieron cárcel contra diputados, otros demandaban atención a problemas como salud, seguridad, educación, etcétera, y algunos enfocaban más la crítica a situaciones particulares, como el abuso de ciertos canales de televisión, o defendían posiciones más ideológicas. Tampoco faltaban los temas religiosos —aborto— y demás. Era también un microcosmos del pensar de la sociedad guatemalteca, tan divergente.
Eso quiere decir que si bien en La Plaza se escucharon muchas voces, infinidad de quejas, diversos puntos de vista y la expresión popular fue prolija, no se deben tomar cada una de las peticiones o expresiones como la voz de la Plaza, como muy hábilmente algunos demagogos tratan de hacer a cada rato.
La Plaza pidió esto, la Plaza quería aquello, la Plaza dice… la Plaza exige, la Plaza quiere. Puras babosadas, claro que se quiere un montón de cosas, pero la demanda fuerte de aquel movimiento ciudadano estaba enfocada en cambiar, cambiar y cambiar.
Y de eso, no ha habido nada. Los diputados medio babosean a la mayoría con arreglos cosméticos de leyes, pero las acciones son invariables, el Gobierno se la pasa dormido frente a la demanda de un cambio auténtico y profundo, y ofrece un poco más de lo mismo, aunque con un estilo un poco distinto, pero, en el fondo, lo mismo: nepotismo, falta de transparencia e ineficiencia. Con menos corrupción tal vez, pero más parece que por miedo y falta de experiencia en eso también.
El mensaje de la Plaza no se escuchó en el Congreso ni en el Palacio Nacional o Casa Presidencial. Llegó con alguna intensidad al Organismo Judicial, en donde sí se manifiesta un cambio de actitud en jueces y magistrados, pero tengo mis dudas de si se trata de una reacción por convicción o solo es por temor y, por lo tanto, temporal.
De aquel movimiento ciudadano queda muy poco. No surgieron nuevos líderes y, después de un año, no hay una corriente política que pueda decirse que representa ese sentir de promover un cambio auténtico y profundo. El sistema de partidos políticos, que es en el fondo el causante de casi todos los males nacionales, apenas si está en un proceso de cambios muy leves, seguramente incapaces de apartar a la vieja política, para hacer una nueva.
Por ejemplo, ya se habla de un nuevo liderazgo en el partido UNE, pero este estaría representado por Mario Taracena, un diputado que ha pasado en los últimos treinta años por varios partidos —por lo tanto, tránsfuga y oportunista— y es ejemplo de la clase política, por más que ahora su discurso trate de tomar la palabra de la Plaza. El mismo que llamó a Ángel González —el dueño del monopolio de TV abierta— el Ángel de la democracia, y que ahora sí, lo critica, pero por conveniencia y porque lo ve como un ángel caído.
No hay nuevos liderazgos políticos, no obstante, con las reformas a la Ley Electoral tendremos a un montón de oportunistas aprovechando que la campaña electoral —la publicidad— les saldrá gratis, pues será pagada con impuestos.
¿Cómo se puede cambiar de verdad? Es complejo y complicado, pero seguramente no se hace de la manera en que se pretende hacer ahora; es decir, con maquillaje, conformismo y más de lo mismo.
La clase política, y gran parte de las élites del país, han ignorado el fondo del mensaje de la Plaza. Es mejor interpretarlo a su conveniencia, dar engañosas golosinas al pueblo y seguir haciendo fiesta con los recursos del Estado.
Bien advirtió Thelma Aldana que en cualquier momento se reagruparán para intentar mantener su estatu quo, aunque ella se refería a que lo harán en los casos judiciales que se llevan a cabo contra los representantes de esa élite de políticos, empresarios y funcionarios, a los que para nada les conviene que haya cambios trascendentales.
Contra ellos es el mensaje de la Plaza.