Danilo Arbilla
Pese a las advertencia bíblica: “Las malas compañías corrompen las buenas costumbres ”, un entonces recién asumido presidente colombiano Juan Manuel Santos confesó en México ante unos 300 editores que su colega venezolano, Hugo Chávez, era su nuevo mejor amigo. Para algunos fue un cambio sorprendente y para otros un decisión pragmática. Una elocuente muestra de lo que es la realpolitik.
Santos había sido el político colombiano mas insultado por el chavismo. El Señor de la guerra y Francotirador parapetado en Washington, le llamó el propio Chávez, quien hasta llegó a reclamarle al presidente Álvaro Uribe que lo destituyera como ministro de Defensa. Dijo también que Santos era el lobo disimulado de caperucita roja y de extrema derecha, un mafioso y pitiyanqui. Lo acusó de ser parte de un complot con EE. UU. para asesinarlo (uno de los primeros complots fracasados o inventados que también se repiten con Nicolás Maduro). Denunció que Santos había llevado paramilitares a Venezuela ( los argumentos se repiten) y dijo que era el único candidato presidencial colombiano no decente y que si ganaba iba a transformar a Colombia en el Israel de América Latina.
Pero Santos obvió todo eso y no le puso límites a su realpolitik. Dejó que su mentor Uribe fuera transformado por el chavismo en el gran villano (y por supuesto ahora el de los complots con EE. UU.) sin defenderlo mucho, o casi nada. Hizo efectivamente de Chávez y el chavismo, uno de sus mejores aliados y hasta intermediario y garante en las conversaciones por la paz con la FARC. En la OEA y la Unasur lo apoyó o dio vuelta la cara y se hizo el distraído para no criticar las políticas y prácticas chavistas.
Muchos esperaban que Santos, dado sus antecedentes, fuera un freno al bolivarismo chavista, pero no fue así.
Los hechos, sin embargo, parecería que no le han dado la razón. Quizás se pasó de pragmático. Quizás confió demasiado en el populismo progresista, que es uno cuando hay plata dulce y otro muy diferente cuando aparecen las dificultades económicas y hay que gobernar en serio y sin circunstanciales vientos a favor.
El presidente colombiano está pagando las consecuencias de su pragmatismo o de su ingenuidad. La OEA, en la que él debió haber levantado su voz, como muchos confiaban, en defensa de los verdaderos principios democráticos, ahora, calladita y a la sordina, también le da vuelta la cara a él. Y ni qué hablar con la Unasur; vamos a ver qué hace su colombiano secretario general.
El presidente Santos y algunos otros presidentes del hemisferio, deberían revisar la política asumida ante el avance y la prepotencia del bolivarismo y el populismo progresista, los que, cuando les va mal, no tienen límites y hacen lo que sea para continuar en el poder: Maduro es capaz de ir a la guerra y de cualquier atropello, como se está viendo hoy con este conflicto fronterizo que inventó.
Santos también debería revisar los límites de su realpolitik respecto a las gestiones de paz. Tener en cuenta, por ejemplo, que los progresistas, como Maduro, son sus grandes defensores, y admitir por el otro lado que quienes están en contra y tienen dudas, no por ello deben de ser fascistas, reaccionarios o de extrema derecha. Pueden que sean demócratas verdaderos, con sus miedos y sus dudas, y que, simplemente, sin dejar de ser pragmáticos, atiendan a las enseñanzas y recomendaciones de la Biblia o a la sabiduría de Confucio, quien advertía: Si amamos a nuestros enemigos, ¿qué dejamos para aquellos que nos aman? Justicia, pues, para quien nos hace daño.
Más pragmático, realista y justo que eso no se puede ser.