El Kodokan, una experiencia casi mística para los judocas

Como si fueran peregrinos rumbo a un lugar sagrado, judocas de todo el mundo acuden cada año a los tatamis del Kodokan de Tokio, la ‘Meca del judo’, donde viven una experiencia casi mística.

Es casi como si un tenista ‘amateur’ se encontrara peloteando en la pista central de Wimbledon, pero con la particularidad de que el Kodokan está abierto a cualquiera, sea cual sea su origen, su nivel o su edad.

El Kodokan «representa todo lo que es el judo», declara a la AFP Emyr Rees, un galés de 29 años que soñaba con acudir a este ‘templo’ desde que comenzó con este deporte siendo adolescente.

«Simplemente el hecho de estar sobre los tatamis aquí, entrenar con todos estos instructores geniales, recibir sus enseñanzas. Gente de todo el mundo se reúne aquí, aprendemos unos de otros, esa es una de las premisas del judo», añade Rees.

La cima de toda peregrinación al Kodokan es participar en su célebre «kangeiko», un entrenamiento invernal de diez días en el que las sesiones comienzan cada mañana a las 05h30.

El responsable de entrenamientos del Kodokan, Motonari Sameshima, de 70 años, cuenta a la AFP la emoción que sienten a menudo los extranjeros cuando entran por primera vez en el dojo, después de haberse inclinado respetuosamente ante la estatua del fundador del judo, Jigoro Kano (1860-1938).

«Una día, una francesa no paraba de llorar al entrar. Repetía que por fin había llegado aquí, después de haber ahorrado para ello», cuenta Sameshima, que admite que ese día también se emocionó.

«Se siente el dolor»

Durante el kangeiko, un entrenador anglófono inicia a los judocas extranjeros en los ritos del lugar y les explica los diferentes grupos de los que pueden formar parte: el entrenamiento libre (o «randori»), otro entrenamiento reservado a las mujeres o la práctica de técnicas específicas.

Durante esta concentración, que tiene lugar cada año a principios de enero, tanto japoneses como extranjeros deben participar en la llamada diaria y hacer calentamientos exhaustivos, sin olvidar escuchar el primer día el discurso de Año Nuevo del presidente del Kodokan, en lengua japonesa.

Sameshima reconoce la dificultad de la barrera idiomática, pero subraya que el judo es «una actividad fundamentalmente física», que sobrepasa la palabra.

Aunque los extranjeros no comprendan el japonés, «tiran al suelo o son derribados».

«Se siente el dolor, por supuesto, cuando caes al suelo, pero se puede también establecer un lazo con el otro», estima.

El día de la visita de la AFP al Kodokan el pasado mes, una docena de judocas extranjeros estaban presentes. En total, en los diez días del kangeiko, hubo 50 participantes extranjeros inscritos, procedentes de 16 países diferentes, entre ellos Australia, Estados Unidos, Alemania, Francia, Reino Unido o Brasil.

Nick Forbes, un australiano de 29 años, decidió regalarse esta estancia en el Kodokan después de haber perdido su trabajo.

«Desde siempre quería venir a esta ‘Meca del judo’. Aquí comenzó todo», explica a la AFP, explicando que duerme en una habitación con otras 18 personas para reducir gastos durante su estancia.

«Este es el lugar con el que cualquiera que haya hecho judo sueña, sobre todo para el entrenamiento invernal. Todo el mundo ha oído hablar de esto», asegura Sandro Endler, un promotor inmobiliario brasileño residente en Estados Unidos.

«Comencé con el judo con siete años. En aquella época no había internet y venir a Japón para practicar judo parecía un sueño lejano. Ahora, con 48 años, puedo por fin cumplir ese sueño», sonríe.

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