La política se ha jugado en el terreno de las promesas. A lo largo de la historia, los gobernantes, indistintamente de sus ideologías, han fundado su llegada y afianzamiento en el poder a los ofrecimientos. Desde ofrecer el paraíso, un mundo mejor, pasando por el palabrerío que gira alrededor del concepto cambio; hasta asuntos más concretos, como obra gris, asignaciones presupuestarias, cuotas, entre un sinnúmero de discursos que han pasado del terreno ideal al concreto, aunque esto último no garantiza, en absoluto, cumplimiento.
Yo hago como que ofrezco y tú haces como que me crees, es una acepción que sigue teniendo validez para legitimar un conjunto de transacciones fundadas sobre la pérdida de credibilidad y engaño mutuo. En contextos políticamente más desarrollados se mantiene esa dinámica, pero existen mecanismos institucionalizados, regulares y aceptados por las partes que ayudan a cuidar que el juego de los ofrecimientos traiga consigo sanciones evidentes para quienes mientan. Todo lo contrario ocurre en nuestros contextos, donde hasta los sectores más cuestionadores caen en la tentación de presionar a los candidatos finalistas hacia determinados asuntos de su agenda sectorial o específica, dando lugar a que estos asuman artificialmente posiciones y deudas que nunca o pocas veces honrarán; bien por desinterés, incompetencia, falta de entendimiento o simplemente porque el asunto en cuestión es de tal dimensión que sobrepasa tiempos, recursos y posibilidades reales para su cumplimiento. A pesar de los supuestos cambios de aire que prevalecen en los últimos cinco meses, un indicador de la poca densidad de ese giro es la prevalencia de las falsas transacciones. Si uno enumerara en detalle todos los asuntos que Morales y Torres se han comprometido cumplir durante su posible gestión, la lista es interminable y se necesitaría muchos más meses y presupuestos de los que la realidad impondrá con certeza.
A raíz de la reciente tragedia humana de El Cambray II, la oferta política se ha incrementado y así da inicio a jugarretas de todo tipo, que no solo arrastra al Gobierno central, municipalidad de Santa Catarina Pinula, sino, además, a empresas, organizaciones sociales y todo un sinfín de instancias que se aprovechan de ese tipo de dramas que suceden con frecuencia para capitalizar en su favor; dando lugar a un asunto con límites difusos entre lo creíble, solidario y desinteresado y lo falso, utilitario y oportunista. Los efectos del Mitch, Stan, terremotos en San Marcos y lo ocurrido hace una semana en la mismísima área metropolitana, enlistan un enorme manto de incumplimientos, producto de los habituales vendedores de humo que van de plaza en plaza ofreciendo lo inexistente. Lo peor de todo es que cuando se retiran para desplazarse a otro sitio son reclamados por los mitómanos, masas hambrientas de seguir con la construcción de falsedades.
Estamos lejos de romper ese ciclo existente en todas las sociedades, producto de una permanente necesidad humana de depender y anhelar promesas, conjunto de palabras articuladas que enuncian esperanzas y objetivos deseables. Cada cuatro años pasan los ilusionistas, achimeros que llevan consigo mercancías de fácil consumo, de calidades inferiores, a precios aparentemente bajos que, a la larga, se traducen en enormes facturas muchas veces impagables. En el 2015 queda claro que esa corriente no solo se mantiene, sino se fortalece con nuevos productos en los anaqueles, tal es el caso de la transparencia que ahora se sitúa como la mercancía de momento, la unidad, que apela al falso imaginario que la crisis experimentada durante el año ya es suficiente para envalentonarnos para cambiar todo lo que se nos pone por enfrente. Vivir entre devaneos implica la continuidad de la ficción que nos aleja, a propósito, de los asuntos de fondo. A poco más de dos semanas para el capítulo final del proceso electoral, se repite el mismo tipo de comportamiento experimentado cada cuatro años: seguimos cayendo en la tentación de las promesas como engañabobos colectivo.
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A poco más de dos semanas para el capítulo final del proceso electoral, se repite el mismo tipo de comportamiento: seguimos cayendo en la tentación de las promesas como engañabobos colectivo.