El técnico asturiano se cargó una operación cerrada
Portazo. Luis Enrique ha hecho ir al Barcelona de auténtico cráneo en las últimas semanas. El asturiano, que lleva un rebote de padre muy señor mío por cómo se ha producido la marcha de Claudio Bravo, no tuvo ningún problema en cargarse la solución de emergencia que desde los despachos su puso sobre la mesa para tapar la salida del chileno: Diego Alves.
La ejecutiva azulgrana tenía el fichaje de Alves cerrado. El meta del Valencia era el elegido por Robert Fernández, director deportivo del Barcelona, para el puesto. Aprovechando las negociaciones abiertas con los ches por Paco Alcácer desde la cúpula del Camp Nou se ató un dos por uno con luz verde de las partes.
Diego estaba como loco por vestir de azulgrana. Para el brasileño era un broche final a su carrera en España en un grande y para el Valencia solucionar un problema de ficha que el club de Mestalla no podía cubrir. A Alves se le dio el negocio por hecho. El Barcelona filtró que el meta valencianista era el elegido. Y el Valencia empezó a preparar a la afición para la marcha del meta. Pero llegó Luis Enrique.
El asturiano se negó a acoger a Alves en la caseta. ‘Lucho’ no discutía la calidad, pero si el perfil. Tras los problemas Ter Stegen/Bravo, dos jugadores con mucha personalidad, no quería otro tipo curtido en el mil batallas como Alves: un tipo con personalidad que difícilmente agacha la cabeza. El técnico del Barça pidió un perfil más dócil. Un perfil bajo que hiciera de la suplencia un premio. La solución llegó desde Amsterdam.