El expresidente de Pakistán, Pervez Musharraf, exiliado en Dubái, fue condenado a muerte en ausencia «por alta traición», una decisión sin precedentes en un país donde el ejército suele estar considerado inmune a las acusaciones.
«El Tribunal Especial de Islamabad falló sentencia de muerte para el expresidente Pervez Musharraf en un caso de alta traición», tuiteó la radio pública paquistaní.
El caso se centra en la decisión de Musharraf de suspender la Constitución y declarar el estado de emergencia en 2007, según su abogado Ajtar Shah.
Musharraf evocó entonces la defensa de la unidad nacional frente al terrorismo islamista y la oposición de la Corte suprema. «El terrorismo y el extremismo están en su apogeo», justificó.
La medida, considerada muy impopular y retirada en diciembre de 2007, terminó por provocar su caída menos de un año después.
«Tenía inmunidad. Era el jefe del Estado mayor, el presidente de Pakistán y el comandante supremo de las fuerzas armadas», agregó este martes su abogado.
«Musharraf quería grabar su declaración y estaba dispuesto a visitar Pakistán, pero quería total seguridad, lo que no fue facilitado», añadió el letrado. «Sigue en Dubái, y enfermo», insistió.
Talat Masood, general retirado y analista de seguridad, calificó de «extraordinario» el hecho de que la justicia haya condenado a un antiguo jefe de Estado y militar, cuando este tipo de cargos son considerados invulnerables en Pakistán, gobernado por el ejército casi la mitad de sus 72 años de historia.
Esta decisión tendrá «un gran impacto en la evolución democrática» del país, agregó.
Musharraf llegó al poder a finales de 1999 tras un golpe de Estado contra el primer ministro Nawaz Sharif, después se autoproclamó presidente en junio de 2001.
En abril de 2002 salió ganador de un controvertido referéndum y permaneció al frente del país hasta 2008.
Control dictatorial
Bajo el régimen de este estratega conocido por su franqueza al hablar, su amor por Napoleón Bonaparte y los puros, Pakistán vio cómo despegaba su economía, cómo evolucionaba su clase media y cómo se liberalizaban los medios, mientras el ejército rebajaba las tensiones con la India.
Pese a todo, sus detractores no dejaron de denunciar su control «dictatorial» del poder: despido de jueces críticos del Tribunal Supremo, imposición del estado de emergencia y la represión sangrienta, en el verano de 2007, contra un grupo de islamistas armados que se refugiaron en la mezquita Roja de Islamabad.
En agosto de 2008, en su etapa más impopular y bajo la presión creciente de la oposición y de la justicia, Musharraf dimitió para informar poco después de que emprendía un lujoso y voluntario exilio entre Londres y Dubái.
En marzo de 2013 regresó a Pakistán para participar en las elecciones presidenciales, pero desistió antes las múltiples causas judiciales que pesaban en su contra.
En 2016, Musharraf se volvió a exiliar, cuando se suspendió la prohibición que le impedía abandonar el país y pudo viajar a Dubái para recibir atención médica.
Entonces aseguró que volvería para ser juzgado, algo que no cumplió.
En agosto de 2017, la justicia paquistaní le declaró «fugitivo» en el proceso sobre la muerte de su rival política Benazir Bhutto.
Bhutto, primera mujer de la era contemporánea en dirigir un país musulmán, fue asesinada en un atentado suicida en Rawalpindi el 27 de diciembre de 2007.
La justicia paquistaní también ordenó que fueran confiscados los bienes del expresidente, que fue inculpado en este juicio y es el único sospechoso por ahora. Musharraf siempre ha negado todos los cargos.
«La democracia es la mejor de las revanchas», tuiteó el martes un hijo de Bhutto, Bilawal Bhutto Zardari, al conocer la sentencia.