Majalaya, Indonesia | AFP |
Con su enfermedad de la piel y sus escasas cosechas, Yusuf Supriyadi nunca olvida que vive junto al Citarum, un río indonesio considerado como el más contaminado del mundo, que el gobierno está determinado a limpiar.
El río situado en el oeste de la isla de Java está lleno de todo tipo de contaminantes: mercurio, plomo, arsénico, residuos domésticos y materias fecales animales. Además, la multiplicación de los desechos tóxicos vertidos por las fábricas textiles de la región agravan el problema medioambiental.
Obligado a utilizar esa agua muy contaminada para regar su pequeña plantación, Supriyadi pierde dos tercios de su cosecha de arroz durante la temporada de lluvias, mientras su salud empeora.
«Siento picores en las manos y mi cosecha está dañada», cuenta el hombre de 54 años. «La polución afecta a mi arroz. Si sigo, voy a perder dinero. Si no sigo, no tendré otro trabajo para alimentar a mi familia», lamenta.
El Banco Mundial calificó el Citarum de río más contaminado del mundo, cuya agua es también una fuente de energía hidroeléctrica para Java y la isla de Bali. Tras décadas de intentos infructuosos de limpiarlo, Yakarta apartó a las autoridades locales y se hizo cargo de la situación.
El objetivo es que el agua del río sea potable antes de 2025, una misión casi imposible. En enero, el gobierno indonesio pidió a la policía, el ejército y la justicia que castigaran a las empresas que no respeten la ley.
Ahora las fábricas que viertan residuos en el río podrían perder su licencia de explotación, y se instalarán cámaras de vigilancia en las orillas del Citarum para identificar a los infractores.
En paralelo, se utilizará material de dragado para limpiar sus aguas, indica un portavoz del ministerio de Asuntos Marítimos.
– ‘Hablamos en serio’ –
«El Citarum es el río más contaminado del mundo. En espacio de siete años, vamos a solucionarlo todo», afirma el ministerio.
«Esta vez hablamos en serio. Abordamos esta cuestión con un enfoque global, y con optimismo podemos hacer que el Citarum vuelva a estar limpio, como ocurría hace 50 o 60 años», añade el portavoz.
La contaminación ha ido empeorando con el paso del tiempo. En los años 1980, una nueva zona industrial creció en torno a la pequeña ciudad de Majalaya, a 170 km al este de la capital, Yakarta. Fábricas téxtiles se instalaron allí en una superficie de 2.000 hectáreas y se crearon empleos, pero el coste medioambiental ha sido altísimo.
Cerca de 280 toneladas de residuos industriales se vierten cada día en el río, según datos oficiales, y numerosos habitantes acostumbran a tirar la basura en sus aguas.
«Cuando llueve y mi casa se inunda, el olor es horrible», cuenta uno de ellos, Achmad Fachrureza, mientras navega por el Citarum a bordo de una lancha neumática, en medio de botellas de plástico, envases de poliestireno y todo tipo de desperdicios.
Ese hombre de 57 años trabajaba como agente de seguridad en una fábrica textil cerca de su casa, pero perdió su empleo tras hacer preguntas sobre el sistema de gestión de los residuos de la empresa.
– ‘Estaba tan limpio’ –
A ambos lados del río, unos conductos transportan residuos industriales directamente hasta el agua.
«Aquí la mayoría de las fábricas tienen un sistema de gestión de los residuos, pero no funciona correctamente, es solamente por pura forma», para cumplir con las normas, explica Deni Riswandani, de la oenegé Elingan.
La polución de ese río de 300 km de longitud supone un grave riesgo para la salud de los casi cinco millones de habitantes que viven en la región. Muchos sufren enfermedades de la piel, como Supriyadi, o infecciones respiratorias provocadas por la inhalación de contaminantes.
Frustrados por esa situación, Riswandani y otros defensores del medioambiente bloquean a menudo los conductos que vierten desechos tóxicos al río con piedras y bloques de cemento, pero el personal de las fábricas retira rápidamente esos obstáculos.
Activistas y habitantes dudan que el gobierno logre alcanzar su objetivo de limpiar el río, dada la magnitud de la tarea, complicada además por la corrupción que impera en el país y que podría llevar a las empresas a pagar por tener derecho a contaminar.
«Tengo muchas ganas de ver el Citarum como era cuando yo era joven», sueña Achmad. «Podía nadar en él y beber su agua. Estaba tan limpio».