El increíble escándalo de «dopaje de Estado» que amenaza a Rusia con quedar excluida de los Juegos Olímpicos-2020 y 2022 supone un golpe a la política de prestigio deportivo perseguida por Vladimir Putin, al menos en el plano internacional.
La imagen del presidente en Rusia no debería verse comprometida, luego de que Moscú haya presentado esta profunda crisis como la nueva prueba de la existencia de un complot mediático occidental para humillar al país y descartar a sus deportistas.
El próximo 9 de diciembre, la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) decidirá si Rusia es expulsada cuatro años de las competiciones internacionales por haber «manipulado» datos antidopaje, para camuflar controles positivos.
Este es el último giro de un caso que comenzó con la revelación en 2015 de un dopaje institucional practicado desde 2011, que implicaba a altos funcionarios, agentes secretos y tráfico de frascos de orina.
El golpe es aún más duro porque el escándalo parecía a punto de llegar a su fin. En septiembre de 2018, la AMA levantó la suspensión de la agencia antidopaje RUSADA, antes de la entrega por parte de Moscú de esos datos brutos de controles antidopaje.
Desde hace varios años, Rusia utiliza el deporte con fines políticos y diplomáticos para recuperar su prestigio.
El país organizó los Mundiales de atletismo (2013), los Juegos Olímpicos de invierno en Sochi (2014), los Mundiales de natación (2015) y de hockey sobre hielo (2016) y cada año, desde hace seis, acoge un Gran Premio de Fórmula 1.
El Mundial de fútbol en 2018 también fue un éxito para el Kremlin: más de 3 millones de turistas extranjeros visitaron Rusia durante la competición y 17 jefes de Estado extranjeros asistieron a la ceremonia inaugural.
«Guerra»
«Me temo que nos espera una catástrofe, todo se ha hecho de manera demasiado cínica y grosera», se indignó en Facebook Serguei Medvedev, profesor en la Alta Escuela de Economía de Moscú y especialista del deporte.
El docente lo relaciona con la muerte de Serguei Skripal, un exagente doble ruso envenenado en Inglaterra en 2018, y el vuelo MH17 abatido en Ucrania en 2014, dos casos en los que Moscú es el principal sospechoso, pese a sus repetidas negaciones.
Aquí «Putin no podrá despejar todo esto con una sonrisa socarrona», espera Medvedev. Porque en el caso de dopaje, las primeras víctimas son una «generación entera de deportistas» cuyos sueños quedan destrozados.
En este contexto la diplomacia rusa pasó el jueves a la ofensiva con su portavoz, Maria Zakharova, denunciando un «combate sin reglas, quizás incluso ya una guerra (para) apartar a Rusia del espacio deportivo mundial» y afirmando que Moscú cooperaría honestamente con las instancias deportivas internacionales.
El credo del complot occidental no es una herramienta nueva para el poder ruso.
Desde las guerras en Siria y Ucrania, pasando por los ataques a la libertad de expresión o las campañas de desinformación, las críticas hacia Moscú se achacan a menudo a una «rusofobia» europea y estadounidense.
Deportistas «traicionados»
Dennis Volkov, sociólogo y director adjunto del instituto Levada, está convencido de que en lo que afecta al dopaje, la opinión pública aceptará de nuevo la idea de que «Occidente está todavía contra Rusia».
«El poder juega con eso, no es nuevo», explica.
Los comentarios de los internautas en un debate digital organizado por el periódico Sport Express dan una idea del tono, con muchos de ellos denunciando un «complot estadounidense».
Por parte de los deportistas, hay resentimiento hacia las autoridades. Siguiendo los pasos de la saltadora de longitud Darya Klishina, la triple campeona del mundo de salto de altura Maria Lasitskene dijo fantasear con entrenarse en el extranjero para no perderse los JO de Tokio del próximo verano boreal.
El jugador de rugby Vassily Artemyev asegura que muchos de ellos se sienten «traicionados». «El deporte ruso necesita una nueva cara y debería ser sincera».