Nos reunimos para tomar un café, conversar un rato, pasar un momento agradable, los cinco amigos de siempre.
Mas temprano que tarde la plática se desvió a un tema incómodo, difícil… y soy yo el que comentó que qué lata, muchá, casi no llego a tiempo pues andaba por el centro y los caficultores protestaban frente al Congreso. Qué chingadera, total, si la caficultura no es rentable, mejor se debieran cambiar a otro cultivo. Implementar la famosa reconversión agrícola, que predicaba el ladronazo del expresidente Portillo. Fíjense que antes, cuando no había subsidios, las empresas simplemente quebraban, como sucedió con el negocio de la cochinilla, para producir el tinte rojo —la grana, se llamaba—, antes de que apareciera el añil… ¡Qué dolor de huevos!
Sonreí por el comentario, pensando que hasta cómico era, pero constaté que las miradas de aquellos se posaban en la cara impenetrable de Ricardo, el caficultor del grupo. Él, como yo, venimos de familias caficultoras desde hace tres generaciones. El silencio era ese tan peculiar que se da siempre que uno mete la pata, es un silencio embarazoso.
Con su vos suave y su forma pausada de hablar, como profesor universitario, Ricardo nos dijo:
Mirá, Chiqui, el tema es muy complicado. La llamada crisis del café es una realidad y las soluciones planteadas tienen el fin de evitar una crisis mayor, nefasta y trágica, para el quehacer económico de nuestro país y, peor aún, que haya un estallido social de consecuencias impredecibles y dramáticas, que nos hundan para siempre. Ya bastante tenemos con la situación desesperada por la que estamos pasando.
No obstante (siempre usa esas palabras: no obstante. Me gustan pero, cuando he tratado de utilizarlas, no se oyen igual), México, Estados Unidos, Europa y muchísimos otros países subvencionan actividades económicamente productivas, claves e importantes, que las convierten, artificialmente, en más competitivas y, además, devalúan sus monedas y aplican políticas serias de apoyo a actividades de todo tipo, principalmente agrícolas. Aquí en Guatemala, por lo general, pero, principalmente en el tema del café, se hace todo lo contrario.
Nuestros competidores cercanos buscan darle a su café un valor económico-social que sea trascendental para toda la población, se han dado cuenta del valor de la producción cafetera como un todo, para bien de la nación. Honduras, por ejemplo, con una política de fomento y promoción, se convirtió en el productor numero uno de Centro América. Subieron su cosecha de 4 a 11 millones de quintales. Mientras en Guatemala, por varias razones, bajamos de 6 a 3.9 millones, principalmente por las erráticas políticas del gobierno. Te podés imaginar cuántos puestos de trabajo han desaparecido. Aun así, el café sigue siendo el mayor generador de trabajo. No quiero ni pensar en el caos que se produciría al perderse cientos de miles de puestos de trabajo si desapareciera la actividad cafetalera, imagináte cómo aumentaría el crimen, los secuestros, las extorsiones y el fenómeno de migración…”.
Para entonces, yo, bien callado, con las manos entre las piernas, como que me estuvieran reprendiendo por haber derramado la leche (o el café, en este caso), volteo a ver a Roberto, quien ante mi mirada suplicante dice: Los gringos nos vienen a dar lecciones de economía diciendo que los subsidios son malos pero ellos dan mas de 50 billones de dólares anuales en subsidios a su agricultura.
Yo, más callado aún, casi sin respirar.
La caficultura está en crisis —continua Ricardo— básicamente por cuatro razones:
- 1. La Roya: este hongo ha afectado de un 50 a un 80 % de las plantaciones y la producción nacional va en picada. Necesitamos urgentemente renovar cafetales y substituir variedades por otras mas resistentes. Invertir en productos y técnicas para combatirla. Se requiere financiamientos pero no se encuentran fuentes que los otorguen.
- Por la malversación de fondos del gobierno de Otto Pérez, de los 400 millones de quetzales que pertenecían al Fidecomiso de Apoyo al Caficultor, se perdieron esos préstamos. Escuchá bien: préstamos con garantías hipotecarias, no donaciones, subvenciones, ni regalos.
- También el incremento anual de los salarios, por decreto, que nos coloca en desventaja con otros países productores.
- Además, pagamos un 24 % de tributos (entre el IVA, ISO y el 7 % de impuesto directo sobre ventas, ¡hayan utilidades o perdidas!). Nuestras peticiones se basan en derechos constitucionales que establecen que los impuestos deben basarse en la CAPACIDAD DE PAGO del contribuyente. Solicitamos una rebaja al 3 %, eso es básicamente todo.
No pedimos que nos subsidien —continuó, pausado y suavemente, como siempre. Sonriendo como si hablara de algo trivial— porque, si a subsidios vamos, nosotros los caficultores somos los que subsidiamos al Estado al asumir varias de sus funciones y obligaciones, tales como educación, salud, vivienda, mantenimiento de carreteras y seguridad.
Actualmente, el costo de producción por quintal oro está entre unos 225 a 250 dólares, mientras que el precio de venta es de unos 125.
Ojalá pudieran compartir —nos miró a la cara, a cada uno, ahora con los ojos vidriosos— la realidad del caficultor y el gran riesgo que corremos como país. En las famosas redes sociales pueden constatar la gran cantidad de ignorantes que hay en cuanto a las dificultades de producir café en Guatemala, acusándonos de gorrones, huevones, mantenidos.
Yo hoy, por mi parte, aquí me quedo. Saludos a Roberto Carpio Nicolle.