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Jamás en la historia nacional se había visto una embestida de la justicia tan fuerte en contra de la corrupción. Nunca antes —y posiblemente este es un ejemplo mundial—, el poder político estuvo sujeto al poder judicial que; por el contrario, casi siempre fue comparsa al servicio de aquel, desde las dictaduras de siglos anteriores hasta el período democrático actual.
Lo que estamos presenciando es, pues, histórico y ejemplar. Sin embargo, como suele suceder en toda actividad humana que provoca cambios, hay corrientes de pensamiento de todo tipo. La mayoría de guatemaltecos aplaude la labor del Ministerio Público (MP) y la Comisión Internacional Contra la Impunidad (CICIG), pero hay voces disonantes, unas por razones ideológicas y otras advirtiendo que no debe haber extralimitaciones o abusos de la autoridad, que hoy es predominante.
Al hacer cualquier balance objetivo o aun subjetivo —pero sin pasiones—, se debe llegar a la conclusión de que lo que estamos viviendo es altamente positivo para el país. Se está poniendo un alto a la corrupción que; si bien, nunca se erradicará del todo por la perversidad que brota del ser humano y a tantos domina, al menos se verá mermada, ya sea por respeto o temor a la Justicia.
Aquellos que no aplauden, por convicción, miedo o por tener planes malignos aún, deben pensar en el efecto que esta vorágine de corrupción ha tenido en el país. Han sido cerca de 30 años de fracaso tras fracaso de la clase política, tres décadas en las cuales la corrupción aumentaba en la misma medida en la que el país perdía oportunidades de resolver sus enormes deficiencias socioeconómicas.
Mientras tantos funcionarios, diputados, alcaldes y empresarios hacían auténticas fortunas explotando el erario nacional. La pobreza ha crecido, los índices de educación, salud, desnutrición siguen entre los peores del hemisferio y el desarrollo integral en el país continúa siendo utopía.
El problema es que este virtual tornado que ahora envuelve al país está lejos de concluir. No solo porque hace falta que se destapen aún escándalos y casos, sino que también porque los procesos judiciales toman tiempo y los juicios pueden durar años. Y en todo ese tiempo se dará el pulso entre el statu quo político-económico, y el nuevo orden que debe surgir después de todo esto.
Eso quiere decir que el camino por recorrer todavía está plagado de peligros, batallas y; por supuesto, oportunidades.
El refrán que dice: Lo perfecto es enemigo de lo bueno, cobra sentido en este caso. En primer lugar, la perfección es algo relativo y se puede decir que es imposible alcanzarla. Pero por pretenderla, podemos dejar de aceptar que lo bueno es un estándar que nos permite avanzar. Claro que se pueden cometer equivocaciones en los procesos, pero si el fin es bueno, si no hay mala fe en la equivocación y el fin ulterior es el bien común y no el particular, entonces el balance seguirá siendo positivo.
En muchas ocasiones hemos citado la celebre frase del inglés Lord Acton, quien dijo: El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente. Cierto es que eso sucedió con esa clase política abusiva y desbordada, y ahora nadie quiere que suceda con las instituciones judiciales.
Por eso, ahora se deben promover los espacios de discusión para que se supere el momento actual. Debemos estar encaminados en la búsqueda de un sistema de pesos y contrapesos eficaz, justo y, sobre todo, enfocado en promover el desarrollo del país, sin injustos rezagos sociales.
Si esta coyuntura favorable nos lleva a un callejón sin salida, no solo se corre el riesgo de volver al pasado o empeorar, sino que podría provocar nuevas y profundas confrontaciones sociales.
Lo que hacen el MP y la CICIG es positivo, pero posiblemente requiera de un mayor acompañamiento sectorial que apunte a la búsqueda de soluciones, más que al planteamiento de los problemas.
No querer ver el lado positivo es condenarnos a continuar en un sistema o esquema que demostró hasta la saciedad que ha llevado al país a un despeñadero. Ahora se está deteniendo la caída brutal, pero falta la voluntad de la sociedad para salir adelante. El poder —hay que insistir— debe estar siempre en manos de la ciudadanía.
Casa de citas
(1808-1865)
Político estadounidense
La más estricta justicia no creo que sea siempre la mejor política.
Un punto de vista político que advierte de los peligros que puede haber en la aplicación de la justicia.
(1947)
Novelista y poeta estadounidense
Si la justicia existe, tiene que ser para todos; nadie puede quedar excluido, de lo contrario ya no sería justicia.
Una visión que, por el contrario, demanda que se aplique a todos la justicia por igual.
(4 a. C.-65 d. C.)
Filósofo latino
El que no quiera vivir sino entre justos, viva en el desierto.
Otro juicio formulado al principio de la era cristiana, que nos llama a reflexionar sobre la forma en que el ser humano es imperfecto.