La decisión de Donald Trump de aceptar una oferta de Kim Jong Un es un testimonio espectacular de una característica de la que se siente orgulloso: su capacidad de sorprender, romper códigos y distanciarse de sus antecesores.
El jueves 8 de marzo protagonizó una de esas escenas: asomó la cabeza en la sala de prensa de la Casa Blanca y avisó a los alborotados periodistas acreditados que Corea del Sur se aprestaba a hacer «un gran anuncio».
El presidente que jamás menciona a sus predecesores si no es para criticarlos por su falta de empeño, también exhibe su total carencia de experiencia política y diplomática como una ventaja.
En el caso del «gran anuncio», se trataba nada menos que de su decisión de aceptar una reunión con Kim para conversar sobre la desnuclearización de la península coreana, una de las cuestiones diplomáticas más complejas del mundo actual.
«Hace 25 años que nuestro país intenta, sin éxito, encontrar una solución a la cuestión norcoreana, en la que malgastó miles de millones de dólares para conseguir nada», dijo recientemente el presidente.
Se trata de una cuestión central de su carácter, su capacidad natural de sorprender, como lo hizo al ganar las elecciones presidenciales en las que inicialmente nadie apostaba por sus chances de victoria.
El explosivo anuncio de su reunión con Kim fue saludado con cautela por algunos, con esperanzado entusiasmo por otros, y con abierta incredulidad por no pocos observadores.
Algunas voces atribuyeron su gesto de aceptar la oferta de un encuentro con Kim a su «ingenuidad», al tiempo que otros la consideraron directamente una «apuesta peligrosa».
Conocedores de la cuestión coreana, en tanto, están preocupados por la falta de preparación de un presidente que constantemente da la impresión de preferir los superlativos al análisis profundo.
En la visión del experto Victor Cha, exasesor del presidente George W. Bush, la «espectacular secuencia diplomática entre dos líderes que aman la teatralidad también podría acercarnos más a la guerra».
Para Cha, «un fracaso de las negociaciones a ese nivel no dejaría más lugar para la diplomacia», en especial tratándose de Trump, para quien «el blanco es negro, el derecho es el revés y el caos en una cosa buena».
– Un estilo propio –
El presidente estadounidense ejercita la diplomacia como nadie más. Como un hábil jugador es partidario de movimientos inesperados, y a menudo exige que sus asesores y el propio Departamento de Estado se ajusten sin previo aviso.
Aparentemente, la decisión de aceptar la oferta de la reunión con Kim fue tomada sin consultar con el Secretario de Estado, Rex Tillerson, quien se encontraba en Kenia y el mismo jueves dijo que una negociación directa entre Washington y Pyongyang «aún está lejos».
No esconde su gusto por las alfombras rojas y los honores, ni disimula el placer que siente cuando es elogiado, un elemento que los líderes mundiales ya han adoptado cuando conversan con él.
Pero tampoco puede ocultar sus contradicciones. Apenas en octubre pasado había utilizado la red Twitter para humillar a Tillerson por su esfuerzo en construir algún tipo de canal de diálogo diplomático con Corea del Norte.
«Le dije a Rex Tillerson, nuestro maravilloso Secretario de Estado, que está perdiendo el tiempo tratando de negociar con el ‘pequeño hombre cohete'», escribió entonces el presidente, quien ahora debe prepararse para una reunión con Kim, el mismísimo «pequeño hombre cohete».
Su capacidad de sorprender ya había dejado descolocados a amigos y adversarios durante la campaña electoral para las presidenciales de 2016.
Irritado con la idea de Trump de construir un muro en la frontera y llamar «violadores» a los mexicanos, el presidente Enrique Peña Nieto invitó a Trump y a su adversaria demócrata Hillary Clinton a conversar en México.
Peña Nieto quizá pensó que Clinton aceptaría para distanciarse de las ideas de Trump, y que el multimillonario declinaría la invitación. Sin embargo, ocurrió exactamente lo opuesto, y Peña Nieto acabó recibiendo a Trump con toda la pompa.
Pero a pesar de su falta de formación y de experiencia en diplomacia, Trump está convencido de que puede aportar soluciones a complejos problemas aportando su habilidad como empresario.
Uno de esos problemas es nada menos que el conflicto entre israelíes y palestinos.
«Honestamente, pienso que es algo que no puede ser tan difícil como muchas persona lo han creído durante tantos años», dijo el mandatario en mayo pasado.
Meses más tarde, sin embargo, aplicó un golpe letal al tambaleante diálogo entre esas dos partes al anunciar que Washington decidió transferir su capital en Israel de Tel Aviv a Jerusalén.