De la protesta a la propuesta: Organizarse no es cosa del otro mundo

Francisco J. Sandoval

Nadie conoce mejor los problemas de su barrio, colonia, aldea, pueblo o ciudad que los propios habitantes del lugar. Y nadie mejor que ellos mismos para diagnosticar y encontrar soluciones adecuadas a sus problemas. Después del terremoto de 1976 la participativa de 2,500 comités locales fue clave para la rápida reconstrucción del país. Hemos tenido reciente “sismos” sismos: saqueo, corrupción, incapacidad, extorsión, asesinatos, justicia injusta y un enorme etcétera.

Quien recorre los pueblos y aldeas del interior, o los barrios y colonias de las ciudades se da cuenta que impera el desorden: se ponen túmulos por antojo, se invaden las aceras con ventas de todo tipo, se construyen casas de tres o cuatro pisos con falsos cimientos, se lanza basura y agua contaminada a la calle; no se denuncia al marero por temor o porque la autoridad se hace de la vista gorda, llantas y trastos se llenan de agua y zancudos, maestros que medio  enseñan cuatro días a la semana, servicios de salud cerrados. El inventario de problemas y molestias continúa. Resumo, diciendo que hay una guerra silenciosa entre vecinos y que en esa lucha se impone el más violento o el más fuerte. La tierra está preñada de dolor profundo, diría Rubén Darío.

La convivencia social sufre un alarmante deterioro. No se trata de afirmar que el hombre es malo por naturaleza, que todos somos lobos, que nos devoramos entre nosotros mismos. Si en aldeas, pueblos, colonias y en las esferas de poder hay lobos (asaltantes, mareros, extorsionistas, asesinos y piñateros de recursos públicos) es por culpa del Estado, esa entidad que según la Constitución se establece para proteger la vida y promover la convivencia entre todas las personas. Tarde llega la presencia del Estado, a levantar el acta de defunción del occiso y a tratar de capturar al criminal. Esto es ridículo e irresponsable.

Critico la distorsión de instituciones, en este caso el Ministerio de Desarrollo Social (MIDES) que gasta cientos de millones de quetzales comprando caros platos de comida para el que dice que tiene hambre, dar el pescado en vez de enseñar a pescar, como recomienda el proverbio chino. Un verdadero MIDES debe invertir recursos humanos y financieros en promover conciencia y organización social en caseríos, aldeas y pueblos (en el interior), colonias, barrios y sectores en las ciudades. ¿Para qué? Para que en todas partes los ciudadanos identifiquen los problemas y busquen soluciones, solos o con apoyo del Estado.

Fue buena idea establecer Comités Comunitarios de Desarrollo (Cocodes), Comités de Desarrollo Municipal (Comudes) y Comités Departamentales (Codedes), pero son ahora mecanismos de repartición de favores y consecución de votos en la campaña electoral. Algunas alcaldías son emporio para dar empleo a los que gritaron en la campaña, becas a los hijos de los compadres, fertilizante y lámina gratuita, almuerzos con regalo de microondas, licuadoras, planchas y piñatas cuatro veces al año. Abajo se copian los modelos y patrones de arriba.

El dinero para el desarrollo local abunda. La descentralización que se estableció en la constitución de 1,985 garantiza la posibilidad de hacer buenas obras. Pero el poder local y nacional se ha distorsionado. Los directivos y jerarcas lo han convertido en recursos para volverse ricos en un abrir y cerrar de ojos. Mientras los que investigan y denuncian la barbarie están en la cárcel (Chepe Zamora), los pícaros y farsantes andan silbando por las lomas.

Retomo la idea desde otra perspectiva: en cada aldea, caserío, pueblo, barrio o colonia debe haber un comité verdaderamente representativo de los intereses del lugar, una fuerza que unifique lo disperso para que nadie se quede atrás. Una de sus tareas centrales debe consistir en velar porque las necesidades fundamentales de las familias sean atendidas: agua, luz, calles, limpieza, seguridad, cultura, esparcimiento. Importante es cultivar el sentido de orgullo e identidad local. La tragedia de tener maras, inseguridad y pleitos entre pueblos y aldeas se resuelven, mejor dicho, se previenen. Urge otra estrategia: enseñar a pescar.