De la protesta a la propuesta: La seguridad no es asunto de más policías

Francisco J. Sandoval

La mayoría de gobiernos y ciudadanos creen que tener más policías garantiza la seguridad de las personas. Yo creo que ese, como muchos asuntos, no es problema de cantidad sino de calidad en el desempeño de las funciones. En este país la tarea “normal” de un policía consiste en pasear en patrullas y a cada rato ponerse a ver el celular. Un amigo que se considera fotógrafo de policías tiene unas cincuenta fotos que lo demuestran a las claras. Según me dice, hacen escalas en lugares no tan poblados, se recuestan sobre sus motos y, tratando de que no los vean, se carcajean frente a la pantalla. ¿Qué ven? Él no lo sabe, pero el lector lo imagina.

En esas condiciones podemos pasar de 43 mil a 86 mil que nada o muy poco va a mejorar la seguridad ciudadana. La culpa es tanto de los propios agentes como de sus jefes. No los ponen a correr para estar en buenas condiciones físicas, no miran lo que tendrían que ver y no atentos a lo que sucede en el entorno, no escuhan a los a los vecinos, maestros y comerciantes para saber qué problemas hay en ese barrio o aldea.

El oficio de policía es uno de los más atractivos para los muchachos de veinte a treinta años: es cómodo y bien pagado, mucho mejor que operar un tuk-tuk, vender frutas o artículos en el mercado o en las calles, cultivar papas o maíz, despachar gasolina, fabricar camisas y pantalones, ser albañil o ayudante de construcción. Compite en atractivo con emigrar a Estados Unidos, con la ventaja de ser menos riesgoso, estar cerca de sus familias e ir a hacerle porras a su equipo.

Algo se ha innovado en el Mingob en cuanto a crear despachos para tecnología y relación con la comunidad. ¿Eso se vuelve acción o solo es burocracia y “políticas” sin ninguna trascendencia operativa. Se puede tener muchos recursos pero si no se gestionan bien hasta tenemos que vigilar a quienes nos vigilan.

Lecciones sobre combate a la inseguridad tenemos una muy particular a la vecindad. La impulsa el presidente más popular del mundo, Bukele. Esa es una de mil maneras de abordar el problema. Lo comprendo pero no la comparto: resuelve el problema a corto plazo pero no enrola al pandillero, su familia y el entorno hacia rutas productivas y opciones de vida. Solo el castigo se queda corto, resuelve el problema en apariencia y como imagen es degradante y nada humana. Además, oculta la (i)responsabilidad de los gobernantes.

Voy al fondo del asunto: los robos, atracos, asaltos y suicidios tienen origen en la ausencia de normas de convivencia en la comunidad y el país. No es la pobreza la causa principal. Muy pocos (si es que algunos) matan para poder comer. Que la sana convivencia haya perdido su valor tiene un responsable de peso: el Estado, vale decir, los diferentes poderes, incluidos los jueces, ministros, directivos de empresas y sindicatos. Si bajamos en la pirámide de poder, allí estamos los maestros, los comerciantes, los alcaldes y muchos más. Pero insisto, los que están en la cúspide son los principales responsables del deterioro de la seguridad, por no comprender las raíces de los problemas y trazar programas de verdadero desarrollo. La paradoja es que sus acciones y omisiones empeoran en vez de corregir la situación.

Los ministerios de Desarrollo Social, Cultura, Trabajo y Educación no tienen conciencia de que pueden ser articuladores de la convivencia sana y productiva, ser parte de un verdadero proyecto de nación y de gobierno, un complemento previsor de la seguridad. Le echarán la culpa a los medios de comunicación y a los celulares por difundir basura. Por supuesto que también, pero para regular su funcionamiento hay autoridades y padres de familia. Había…

Por supuesto que es más fácil e inmediato poner parches que curar la enfermedad.

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