La sociedad guatemalteca no vive en armonía. En su seno prevalece el luto y el sufrimiento causado por los diferentes rostros de la violencia, desde lo visible como los homicidios hasta formas menos evidentes como el racismo, violencia intrafamiliar y discriminación, entre otros.
El ataque y el insulto se siguen imponiendo a la tolerancia y el diálogo en la sociedad guatemalteca en todos los ámbitos de la vida nacional. Las diferencias se resuelven con sangre y hasta en los encuentros deportivos salta entre las porras de un lado a otro, con una carga de ira y desprecio, el insulto.
El país se encuentra sumido en una cultura violenta y no existen, hasta el momento, según diversos expertos consultados, esfuerzos del Estado y de todos los sectores sociales para revertir esos valores culturales, tomando en cuenta que los comportamientos agresivos son aprendidos en sociedad y de la misma forma se pueden modificar por otros que privilegien la armonía social.
Marco Antonio Garavito, de la Liga Nacional de Higiene Mental, asegura que no se está construyendo una cultura de paz. Tendría que haber una estrategia desde el Estado y los distintos sectores orientados a construir esa nueva cultura, un nuevo proceso de aprendizaje que pueda ir sustituyendo paulatinamente esa práctica de violencia que es histórica y que no es de ahora, afirma el entrevistado.
Hasta julio el promedio diario de muertes violentas, según se infiere de estadísticas del Instituto Nacional de Ciencias Forenses, ascendía a 15. Ese es el rostro más visible de la violencia y que se manifiesta, sobre todo, en departamentos del oriente, donde existe una cultura del uso de armas de fuego, y en departamentos como Guatemala y Escuintla, entre otros, que son polos de desarrollo económico.
Hay otros departamentos, como los del occidente, según expertos en la materia, en los cuales los asesinatos son casi nulos, pero, en cambio, prevalecen altos niveles de violencia intrafamiliar. Ese es el rostro no visible o encubierto de las prácticas agresivas, y a ella se suman el racismo, el machismo, la discriminación de género, étnica y de clase.
Nos falta mucho para tener una cultura de paz, porque eso significa que uno es respetuoso con uno mismo y con la familia, y honesto en términos generales. Pero los chapines somos de doble moral, públicamente estamos en contra de esto y aquello, pero privadamente lo hacemos, afirma Vitalino Similox, secretario general del Consejo Ecuménico de Guatemala.
¿A qué valores apostar?
No hay camino para la paz, la paz es el comino, decía Mahatma Gandhi —abogado y político de la India—. Pero en el país los diversos sectores no han empezado a sembrar los valores que en un largo plazo permitan a la sociedad vivir en armonía.
Ese es, según versados en la materia, la única ruta para terminar con las diversas expresiones de violencia y no las medidas represivas a las que han dado prioridad todos los gobiernos desde la firma de la paz en 1996.
Los valores que se deben inculcar y fortalecer y en los que debe trabajar el Estado son, entre otros, la libertad, justicia y equidad, democracia, tolerancia y empatía, solidaridad y cooperación, el diálogo y la negociación.
En las relaciones humanas los conflictos constituyen la regla, la cuestión no es saber si nos encontramos ante uno de ellos, sino cuál es la mejor forma de tratarlos y resolverlos, se señala en el documento El espacio político en que se construye la paz, escrito por Raúl Zepeda López —en 2004, pero que sigue teniendo actualidad y vigencia— y apoyado por instituciones como la Facultada Latinoamericana de Ciencias Sociales, la Universidad de San Carlos de Guatemala y la Unesco.
Para Garavito es necesario empezar a rehumanizar las relaciones a nivel de la familia, escuela y en la calle, porque la deshumanización ha hecho perder una serie de valores como la consideración, la solidaridad, la preocupación por los demás, la fe y la esperanza, se han perdido porque en el fondo hemos extraviado ese sentido humano de nuestra vida. En la familia, las escuelas, iglesias, e incluso en los partidos políticos, no se ven los valores incorporados en los principios ideológicos.
Existe, no obstante, un consenso en el sentido de que esta no es una responsabilidad exclusiva del Estado, sino de toda la sociedad, incluyendo a la familia, para que el esfuerzo sea integral. Sin embargo, esto no se hace.
Aníbal Chajón, historiador y sociólogo, señala que en el ámbito educativo existe un esfuerzo para sembrar en las nuevas generaciones valores de paz, pero que eso es insuficiente.
Las campañas realizadas por el Estado no han sido efectivas. No se han tomado las medidas más oportunas. Esto debiera ser integral y en toda la sociedad, afirma el también catedrático universitario.
Similox acepta que las diversos credos que existen en el país han fallado en la formación de un ciudadano más tolerante y no proclive a la violencia. Hemos fallado las religiones, los medios de comunicación, sistema de educación, la familia ha dejado de funcionar como el primer núcleo en el cual se forman los valores de los futuros ciudadanos, señaló.
¿Es posible, en medio de la pobreza?
Se puede construir un ambiente de paz cuando más de la mitad de la población vive en condiciones de pobreza y sin acceso a servicios públicos como salud y educación.
El pasado 21 de septiembre se celebró a nivel mundial el Día Internacional de la Paz y en este contexto la Organización de Naciones Unidas (ONU) hizo hincapié en la necesidad de que los Estados del mundo prioricen el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, porque considera que estos son elementos constitutivos de la paz.
En este contexto la ONU expresó que los retos actuales planteados por la pobreza, el hambre, la disminución de los recursos naturales, la escasez de agua, la desigualdad social, la degradación ambiental, las enfermedades, la corrupción, el racismo y la xenofobia, entre otros factores, suponen un desafió para la paz y generan un terreno fértil para el surgimiento de conflictos.
Luego argumentó que el desarrollo sostenible constituye de manera decisiva a disipar y eliminar estas causas de conflicto, además de sentar las bases para una paz duradera. La paz, a sus vez, consolida las condiciones requeridas para el desarrollo sostenible y moviliza los recursos necesarios que permiten a la sociedades desarrollarse y prosperar.
Similox considera que en condiciones injustas es muy difícil construir una cultura de paz. Se deben cambiar esas estructuras injustas. Garavito, tras argumentar que el hecho de que una persona viva en situación de pobreza no implica que sea violenta, señaló que: La cultura de paz pasa también por el bienestar de la gente, y esto es una responsabilidad del Estado. No podemos pedirle tranquilidad y valor humano a quien está en la más cruel pobreza y que está pensando todos los días en qué comerán sus hijos.