“¡Cuélguenlos!”: los manifestantes en Beirut claman venganza

«Ahora hay odio y sangre entre nosotros»: con horcas en la mano, miles de libaneses clamaron venganza el sábado contra sus dirigentes, a los que acusan de ser responsables de la explosión que sembró muerte y destrucción en Beirut.

Los manifestantes instalaron guillotinas de madera en la plaza de los Mártires en Beirut, epicentro de una protesta que había comenzado de forma pacífica en octubre de 2019, antes de perder fuerza bajo los estragos de la pandemia de coronavirus y la crisis económica.

«¡Venganza, venganza, hasta la caída del régimen!», repiten los asistentes, de todas las edades, que agitan hojas blancas con el nombre de algunas de las alrededor de 150 personas que murieron por la explosión.

Una enorme pancarta lleva sus nombres.

De corruptos a criminales

«Eran corruptos, ahora son criminales», afirma uno de los carteles que sostienen los manifestantes.

Desde el barrio devastado de Mar Mikhaël, los manifestantes tomaron las calles llenas de escombros y montones de cristales rotos, pasando en medio de los inmuebles sin ventanas, para llegar al centro.

«Ahora hay odio y sangre entre nosotros y este poder», afirma Najib Farah, un promotor inmobiliario de 35 años. «La gente quiere vengarse, destruyeron la ciudad por culpa de su negligencia y su corrupción».

Desde el centro de la ciudad, se pueden ver las ruinas del puerto donde el martes se produjo la explosión, que habría tenido su origen en un enorme depósito de nitrato de amonio.

Para los libaneses, que acumulan el peso de la crisis económica y política, la tragedia que causó más de 150 muertos y 6.000 heridos fue la gota que colmó el vaso.

«Es ellos o nosotros»

«No podemos más. Somos rehenes, no podemos salir del país, no podemos sacar dinero de los bancos, el pueblo está muriendo de hambre, hay más de dos millones de desempleados», se indigna Médéa Azoury, una manifestante de 45 años.

«Y ahora, por negligencia y por la corrupción, hay 300.000 personas sin hogar, Beirut ha quedado totalmente destruida», añade.

«Es el gran regreso de la revolución. Es ellos o nosotros», continúa esta manifestante.

Con una escoba en la mano a la que ha atado una soga, Jad, un publicista de 25 años, hierve de rabia. Señala que el Estado no se ha tomado la molestia de limpiar los sectores arrasados por la explosión.

«Caminamos sobre las ruinas de nuestra ciudad», lanza. «Tuvimos que barrer las calles nosotros mismos durante tres días, mientras el Estado estaba ausente», declara. 

«Seguimos conmocionados, pero una cosa es segura: les haremos pagar», sentencia.

Entre la multitud, resuenan consignas contra el movimiento chiita proiraní del Hezbolá, una importante fuerza política en Líbano, a la que algunos consideran responsable de la catástrofe aunque el grupo lo niega. «¡Hezbolá, terrorista!», gritan.

«Estamos hastiados. Nos han quitado todo, ya no tenemos sueños ni futuro, ya no tenemos dignidad, dinero o casa», afirma Rita, de 33 años, escoba en mano. «Nada nos obliga a vivir así, nada».

Más lejos, hacia el Parlamento, grupos de jóvenes arrojan piedras y palos, y la policía responde con gases lacrimógenos para dispersarlos.

Con los ojos rojos, entre lágrimas y tosiendo, los jóvenes retroceden, pero sin dejar de gritar: «el pueblo quiere la caída del régimen».

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