Cuando los monjes británicos se convierten a la cerveza artesanal

En los alrededores de la apacible abadía de Monte San Bernardo, en el centro de Inglaterra, solo los aromas de la malta son testigos del trabajo incansable de los monjes convertidos a la cerveza artesanal.

Ante la caída de los ingresos de su actividad agrícola, este monasterio trapense de unos veinte monjes decidió en los últimos años abandonar la leche y apostar por el alcohol.

Los monjes vendieron sus vacas y se demoraron cinco años en dotarse de una fábrica de cerveza que ahora es capaz de producir 300 mil botellas al año.

Su «Tynt Meadow», de 7.4 grados de alcohol, es la duodécima en el mundo en haber recibido el muy codiciado sello de la Asociación Internacional Trapense (ITA, por sus siglas en inglés) tras pasar un riguroso examen de tres años.

Detrás de los gruesos muros de piedra caliza del edificio, miles de botellas de ‘Ale’, el tipo de cerveza de fermentación alta particularmente apreciada en Reino Unido, salen de un entrelazado de máquinas y tuberías de última generación, fabricadas a medida en Alemania.

Tradición monástica

Tanto apasionados de la cerveza del continente europeo como jóvenes británicos tienen predilección por la cerveza artesanal.

Fabricar esta bebida, asociada a una tradición monástica ancestral, fue una decisión fácil de tomar, no así el proceso.

«Realmente no sabíamos que había una revolución en curso de la cerveza artesanal», reconoce el abad Erik. «Nos preocupaba un poco, al igual que a los demás cerveceros trapenses que temían que demasiada gente se subieses al tren».

Pero la dedicación de los monjes en el proyecto venció estos temores, con algunos ajustes en las actividades diarias establecidas ordenadas por las oraciones diarias.

Un monje debe faltar a los oficios el día de la producción para supervisar las máquinas, lo que no le impide rezar en la cervecería, con una tableta digital en la mano para asegurarse que canta al unísono con sus hermanos.

«Debemos vivir nuestra vida monástica y no podemos dejar que la cervecería interfiera demasiado», explica el hermano Joseph, y añade que solo produce lo necesario para mantener el monasterio y secundar las obras de caridad.

Esta producción está sin embargo integrada plenamente en el ritmo de la vida tranquila de una abadía.

«Hacemos nuestras cervezas de manera artesanal, dejamos que las cosas se hagan, seleccionamos los ingredientes y una gran parte del trabajo es manual», detalla el abad Erik.

Humilde

«Lo que me asombra es que esta cerveza está hecha a partir de ingredientes muy simples, muy humildes» con un resultado de «excepción cuando ves la malta, el lúpulo, el agua y la levadura», admira, delante de la abadía del siglo XIX.

«Creo que hay algo comparable a lo que ocurre en el fondo en una comunidad monástica», agrega.

La cerveza, «Tynt Meadow», que toma el nombre del terreno en el que se refundó la orden hace dos siglos, ahora es apreciada por un gran número de apasionados, pero no realmente por sus productores.

«Los días festivos, Navidad y Pascua, podemos beberla -dice el hermano Joseph-. Pero nosotros como monjes, no somos grandes bebedores», concluye.

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