Ya lo había hecho cientos de veces. Marcar un gol decisivo y correr hacia la banda con la alegría rabiosa de quien se pone constantemente a prueba. Pero los sprints de Cristiano Ronaldo tras sus tres tantos en Sochi este viernes fueron diferentes.
Fueron ante la misma España que ya le desquició en el pasado, el mismo día en que se conoció su millonario acuerdo con el fisco y en el arranque de un Mundial. La euforia está para estas ocasiones, y más cuando en el equipo de enfrente hay un incendio.
Da igual que el primer gol fuera de penal y que quedara una vida por delante, Cristiano acababa de rediseñar un partido que ya había nacido ardiendo. Como las íntimas rivalidades entre vecinos, que pueden amarse, despreciarse o aborrecerse, pero nunca perderse de vista.
Y a este atleta sublime que con 33 años, cinco Balones de Oro y casi todo ganado nunca se cansa de competir, le gusta que le miren. La adrenalina le sienta como un guante a Cristiano, que llegaba a Sochi con mucho que contar.
Cuestionado por su salida de tono en Kiev -donde insinuó que podía estar cerca de dejar el Real Madrid aguando parte de la fiesta de la 13ª Champions-, y apenas horas después de que aceptara pagar 18,8 millones de euros a la Hacienda española para intentar cerrar una investigación por fraude fiscal, fue más Cristiano que nunca.
Rompió el partido al primer minuto y luego asestó un golpe a la recuperación de una España a la que todo se empeña en salirle mal. En 45 minutos metió dos goles, casi tantos como los tres que había anotado en los Mundiales que había disputado hasta ahora.
Para cuando la ‘Roja’ había recuperado el mando, tras el lindo 3-2 de un Nacho al que su compañero le había dado la noche, se reservó el tercero, al borde del final. Y de falta, especialidad de la casa.
– Leyenda –
No se le habían dado las Copas hasta ahora a Cristiano, que en 2010 vio cómo una España lanzada hacia la historia le pasaba por encima en los octavos de Sudáfrica y, dos años más tarde, le dejaba fuera de la final de la Euro en los penales.
Pero la suerte había cambiado de lado. La tribuna portuguesa del impresionante Estadio Olímpico de Sochi se caía coreando el nombre del mayor héroe que recuerdan ahora los gramados lusos.
Los vecinos ibéricos se habían traído el tórrido verano del sur del continente a Rusia para retarse entre campeones de Europa, y dieron un show que ya es parte de la historia. Como este jugador obcecado que consiguió convertirse en el cuarto futbolista en marcar en cuatro Mundiales consecutivos. Más récords para un ganador que nunca se cansa.
Entre ambos países suman los últimos tres títulos europeos (España fue campeona en 2008 y 2012 y Portugal en 2016), un lujo desconocido para muchas generaciones de dos naciones acostumbradas durante décadas a las decepciones.
Ahora ganan, y Portugal tiene a Cristiano.
Ya lo dijo su viejo compañero Sergio Ramos en la víspera del duelo: «A Cris prefiero tenerlo a favor y no en contra. Es un peligro constante».
No se equivocaba.