Tachada por sus detractores de radical y catastrofista, la colapsología cobró fuerza con la brutal irrupción de la pandemia del coronavirus, al haber colocado al mundo al borde del abismo.
La crisis sanitaria asociada a la paralización de la actividad económica mundial sumió al planeta en un periodo de incertidumbre, cuya principal característica será según las previsiones la mayor recesión desde la Gran Depresión de 1929.
«No es el fin del mundo, pero sí una advertencia», afirma Yves Citton, profesor universitario y coautor del libro «Générations collapsonautes», publicado en Francia.
La colapsología, nacida en ese país, viene advirtiendo desde hace un lustro de un hundimiento generalizado de la civilización industrial, debido al agotamiento de un modelo de desarrollo expansivo que persiste desde hace más de dos siglos.
Íntimamente vinculada al cambio climático y a la rarificación de los recursos naturales, esta corriente defiende una toma de conciencia social para hacer frente a este colapso que considera inevitable y que con la pandemia toma visos más verosímiles.
«Demasiado temprano»
Con el coronavirus, «nos dimos cuenta de que no estábamos en absoluto preparados y que por lo tanto todo esto está llegando antes de lo que pensábamos», dice el ecologista francés y exministro de Medio Ambiente Yves Cochet, que en su libro «Avant l’effondrement» prevé un hundimiento global antes de 2030.
Sin embargo, este matemático de formación se abstiene de declarar «por ahora» que el coronavirus supone la primera pieza que hará caer ineluctablemente el dominó.
«Es demasiado temprano para saber si es demasiado tarde».
Pero Cochet está seguro de que la crisis económica mundial «será todavía más severa de lo que creemos», con la «probabilidad de que el futuro nos lleve al desastre mundial, con muchas víctimas» en términos sanitarios y económicos.
Pablo Servigne, uno de los padres de la colapsología, estima por su parte que la súbita crisis desatada por el coronavirus demuestra cómo «nuestra sociedad se ha vuelto hipervulnerable», por ejemplo con la dependencia alimentaria de fuentes de aprovisionamiento lejanas.
«La gran lección de la historia», explica Servigne, «es que las tres maneras de morir masivamente son las guerras, las enfermedades y las hambrunas. Y que las tres se retroalimentan».
Actualmente, «tenemos una pandemia que puede llevar a otros choques, a guerras, a conflictos geopolíticos o internos y a hambrunas. Y si se da una hambruna, seremos más vulnerables a otras pandemias», afirma.
¿Crisis = oportunidad?
Pero Servigne no lo ve todo negro, al subrayar que «todas las crisis, brindan oportunidades».
Así, destaca que la pandemia que ha confinado a gran parte de la población mundial en sus casas ha demostrado que es posible «dejar de contaminar, de destruir los ecosistemas, de ralentizar» y que la naturaleza puede recuperarse «rápidamente».
Servigne se congratula asismismo del «gran retorno» de los Estados soberanos, con la preparación de planes de rescate económicos y de ayudas sociales masivas, después de que «la ideología dominante neoliberal pasara 50 años a desmantelar» su rol providencial.
Otros expertos, como es el caso del filósofo y sociólogo francés Bruno Latour, hacen hincapié en la necesidad de que esta crisis sea un revulsivo frente a la emergencia climática, cuyas consecuencias pueden ser todavía peores que la pandemia.
«La crisis sanitaria está insertada (…) en una mutación ecológica irreversible. Si bien tenemos muchas posibilidades de superar la primera, no tenemos ninguna de sobrepasar la segunda», advierte Latour en un artículo publicado en el sitio AOC.
«La primera lección del coronavirus es la más increíble, y es que es posible en unas pocas semanas suspender en todo el mundo y simultaneamente un sistema económico que nos decían que era imposible ralentizar o redirigir», según Latour.
Por lo tanto, estima que «sería una pena no utilizar la crisis sanitaria para descubrir otros medios de entrar en la mutación ecológica de otra manera que no sea a ciegas».