Enfoque por: Gonzalo Marroquín Godoy
El hubiera no existe, es muy cierto. Tampoco se puede tener una bola de cristal perfecta que muestre lo que pudo pasar si las cosas hubieran sucedido de manera diferente. Sin embargo, hay algo que no se puede negar, y es que el escenario, el resultado, podría ser diferente, o incluso muy diferente, según las circunstancias.
La corrupción es un problema que aqueja a la humanidad desde siempre. El poder tiende a corromper —lo dijo a finales del siglo XIX el político inglés Lord Acton—, es otra verdad innegable, que también se ha comprobado, una y mil veces, a lo largo de la historia.
Pero cuando la corrupción se ve en países como Haití y Guatemala, en donde la pobreza y pobreza extrema golpea a la mayoría de la población, hay que reconocer que aplica aquel dicho de los abuelos, que decía que cosas como esa lloran sangre, porque se enriquecen unos pocos desmedidamente con el costo de que aquellos —los pobres, y el país en general—, que siguen sin una luz de oportunidad al final del túnel.
¿Se imagina el lector las posibilidades que tiene de ayudar a su país un presidente? Aun con recursos limitados puede hacer muchísimo, sobre todo, en donde hay tantas y tantas necesidades.
El hubiera es tan relativo que resulta utópico. En efecto, es posible que todo lo robado se hubiera utilizado mal, sin visión, sin planes y, por lo tanto, con resultados malos, mediocres o insuficientes para mejorar en educación, salud, seguridad, infraestructura o mantener mejor nuestro medio ambiente, por ejemplo.
Pero también pudo suceder lo contrario. Además, quizás Guatemala tendría aún parte de una línea aérea —Aviateca— para promover el desarrollo de nuestro turismo, las ventas o concesiones de telefonía —Comcel y Guatel— habrían dado dinero para el desarrollo socioeconómico y no solo para engrosar las chequeras de los gobernantes y funcionarios que las llevaron a cabo.
El negocio de las privatizaciones lo inició Vinicio Cerezo y lo perfeccionó Álvaro Arzú, quien al mismo tiempo enseñó eso de hacer concesiones a dedo, por supuesto, no teniendo como primer objetivo el país, sino el resultado económico para el clan. Y no fueron pocas, porque se hizo en ese gobierno el negocio más oscuro y gigante de la historia, la venta de Guatel, se privatizó el sector eléctrico, y se dieron concesiones para el correo, el ferrocarril y la carretera Palín-Escuintla.
Después de años de ineficiencia administrativa del Estado, no fue difícil vender la idea de que se modernizaba el país. La pregunta es: ¿no se podía modernizar logrando que los beneficios fueran para el país —su gente, principalmente— y no para ellos, casi exclusivamente?
Portillo y la gente del FRG, que ahora se visten de niños de primera comunión, fueron mas rateros de efectivo, pero igual perjudicaron y estancaron el potencial de desarrollo del país. Las mafias se adueñaron del sistema político y terminaron de corromper todos los organismos del Estado.
Los programas sociales de Sandra Torres tenían aspectos muy positivos, pero detrás había un manto de corrupción gigante. Por eso no dieron los resultados posibles, además de que nunca se pensó en algo integral para sacar del subdesarrollo al país.
Pérez Molina y Baldetti siguieron con la tónica —igual o peor— de la corrupción, pero la diferencia se da en que ahora está en el país la CICIG, y terminó cayéndoles al cuello, con un MP que, finalmente, ha asumido su papel. Antes, solamente presenciábamos las noticias sobre corrupción y nada pasaba, hoy se destapa y sale a flote toda la porquería, pero hay que saber que antes la hubo también.
Lo peor es que los negocios han sido tan gigantescos, que dan mucho más en qué pensar. Es normal suponer que gran parte del tiempo de los gobernantes lo usan para crear sus redes, para organizar los negocios, controlarlos y hacerlos más rentables. Reuniones de todo tipo y nivel, hasta concretarlos, y luego ver como hacen para esconder los beneficios.
El primer problema es que el país ha perdido miles de millones de dólares en recursos que pudieron mejorar las condiciones socioeconómicas. El segundo, es que seguramente la atención para gobernar, pero hacerlo de verdad con el fin de pensar en el país, ha sido reducida o nula. Con tantos negocios en mente y con tanto dinero que invertir, poco tiempo les ha quedado para un trabajo que demanda el 200 porciento de la atención e interés.
Por eso hemos visto que ha sido más importante privatizar, dar concesiones, obras u otros tipos de negocios, que tener un plan nacional de Educación, construir un sistema eficiente de salud pública —centros asistenciales y hospitales—, o de seguridad ciudadana.
Es posible que, de todas maneras, los gobernantes, que nos han tocado, no hayan tenido la capacidad para hacer algo verdaderamente bueno, pero al menos pudieron intentarlo. ¡Ah!, pero sí lograron hacerse ricos ellos y algunos de sus funcionarios más cercanos.
No lo afirmaría, pero, sin tanta corrupción, Guatemala podría ser diferente. Reformas en el sistema de educación y de salud harían que las oportunidades fueran mejores y, tal vez, cientos de miles de compatriotas no tendrían que haber salido hacia Estados Unidos a buscar un mejor futuro.
Quién sabe… quizás, quizás. Es un sueño, pero sí creo que a menor corrupción, mayor desarrollo.
Pregunta sin respuesta: ¿cuándo presentará su política de transparencia el presidente Jimmy Morales?… ¡pero política de verdad!