Al término de un verano de playa y sol, los israelíes vivían el lunes con una mezcla de cólera y decepción la imposición de un confinamiento general durante al menos tres semanas, tras una segunda ola de contaminación al nuevo coronavirus.
La víspera, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, anunció un reconfinamiento nacional a partir del viernes para la fiesta de Rosh Hashaná (Año Nuevo judío), que continuará durante Yom Kipur y terminará en el último día de Sucot, alrededor del 10 de octubre próximo.
«Estoy realmente deprimida, voy a estar otra vez sola durante las fiestas (…) sin mis hijos y mis nietos» se lamenta Rivka Vakninla, de 70 años. «¿Por qué ahora durante las fiestas?» dice refiriéndose a la época del confinamiento.
Los israelíes aceptaron en mayor o menor grado el primer confinamiento de marzo-abril, que coincidió con la Pascua judía, pero esta vez son evidentes el hartazgo y la incomprensión.
«¡Es injusto!», se subleva Eti Avishaï, una costurera de 64 años. «No han impedido las grandes aglomeraciones en las sinagogas, las bodas y otros eventos [en los últimos meses] ¡Y ahora no voy a poder estar con mis hijos y nietos durante las fiestas!».
El estado de ánimo es compartido por Barak Yeivin, de 56 años, director del conservatorio de música y danza de Jerusalén: «En lugar de hacer respetar los reglas de forma estricta, como la mascarilla y la prohibición de reuniones, nos castigan colectivamente», dice.
Nefastas estadísticas
Según los datos recogidos por AFP, Israel es el segundo país del mundo que ha registrado el mayor número de casos de coronavirus per cápita en las últimas semanas, después de Baréin, nuevo aliado con el cual debe firmar el martes en Washington un acuerdo de normalización de relaciones.
A partir de agosto, con la reapertura de colegios y la masiva celebración de bodas y otros festejos, la tasa de infección en Israel ha vuelto a subir con 156,823 casos de covid-19, incluyendo 1,126 muertes, para una población de nueve millones de habitantes.
Las autoridades impusieron la semana pasada un toque de queda a unas 40 ciudades del país, en particular en las ciudades árabes y judías ultraortodoxas, con la esperanza de frenar la propagación del virus, lo que no impidió el aumento del número de casos, con hospitales y personal médico «desbordados» según Netanyahu.
Por ello, algunas personas resignadas, como Margalit Levi, de 76 años, ven este nuevo confinamiento como un mal necesario. «No es práctico, pero es la única solución para salir de ésta» estima.
Judith Touati, asistente social de unos 30 años, se inquieta por los efectos psicológicos de esta crisis para las personas de edad, que ya estuvieron aisladas en el primer confinamiento. «Comprendo el riesgo que supone para personas mayores estar con mucha gente en la misma mesa. Pero ¿acaso es mejor dejarlos morir solos?».
Paradojas de un Estado moderno
Nada extraordinario ocurría este lunes por la mañana en las tiendas y comercios, que fueron tomados por asalto durante el primer confinamiento.
Pero corren rumores de una posible penuria de leche, tras la penuria de huevos que hubo en marzo, asegura Noah Garber, un cliente de supermercado, que hace sus compras.
En las páginas del diario de gran tirada Maariv, el conocido cronista Ben Caspit asegura no hallar «ninguna explicación convincente» para justificar el confinamiento.
Y añade: «No sé quién tiene razón, pero la verdad es que el proceso de toma de decisiones recuerda hoy más al de un ‘shtetl’ [poblado judío] de Europa del Este del siglo XIX que al de un país de alta tecnología que lanza satélites al espacio e intercepta cohetes en pleno vuelo».