Tierras y paisajes con historia (11/12)
Francisco J. Sandoval
A Chile, un país delgado y alargado, no hace falta conocerlo para amarlo. Se estira desde el norte con sus desiertos poblados de arena y cobre hasta tocar en el sur los hielos más australes. Entre tanto, a lo largo de 4,300 kilómetros acaricia el Pacífico. En medio, sus viñedos se encargan de inundar de vino el resto de América.
Pues ese Chile flaco y coqueto acaba de tener elecciones presidenciales y legislativas. Ocho candidatos en la palestra debatieron en la televisión estatal durante tres horas, presentando ideas y planes de gobiernos, respondiendo preguntas bajo el mandato de un reloj que no le regala un segundo a ninguno. Sin maltratos ni insultos, una clase digna de estudiarse. El resultado las
encuestas lo habían pronosticado: Jeanette Jara (coalición progresista del gobierno actual): 28% y José Antonio Kast (oposición conservadora) 24%.
Para la segunda vuelta del 14 de diciembre es seguro que Kast consigue la presidencia. Los chilenos, con los pies en la tierra, dicen: “Lo mismo da quién gobierne, igual tengo que salir a trabajar.”
Chile da lecciones al resto del mundo: en paz y con altura cívica se vota y alternan presidencias. Allí comunismo no es palabra prohibida; conservador no significa corrupción o regreso a las cavernas.
Hace 40 años Salvador Allende (socialista) fue elegido presidente y Fidel Castro fue a aplaudirle y a recorrer ese país, pero entre democracia y autoritarismo se quedó con lo segundo, y él bajo el manto de una “revolución del pueblo”.
Poco tiempo después, la ineficiencia y los conflictos entre los partidos del gobierno se sumaron a las huelgas, la oposición de las empresas
y la confabulación de la CIA. Le dieron golpe de Estado. De ese golpe emergió Augusto Pinochet, hasta que una consulta popular le ordenó abandonar el mando del país.
Cuando tumbaron a Allende yo, sin haber concluido la universidad, estudiaba planificación social en Buenos Aires, becado. Empecé mi regresé a Guatemala ingresando a través de Bariloche y el lago Nahuel Guapi, tan lindo que solo se compara con Atitlán. Estuve dos días en Puerto Montt, donde solo se hablaba en silencio.
Al llegar a Santiago mi antiguo profesor Jorge Sánchez, jefe de planificación de la U. de Chile, me llevó a recorrer Viña del Mar y, al regreso, me dejó en el estadio nacional, donde se llevaba a cabo el primer partido de futbol desde del golpe. Después de albergar a miles de presos, observé el clásico Colo Colo contra Universidad. Los gritos y aplausos, bajo el impero de Pinochet, fueron tímidos y cautelosos.
Chile es pionero en muchas cosas: explotan bien la minería del cobre, sus viñedos son atractivo turístico además de producir vino, tienen una policía (carabineros) que es eficiente. Luego de los Acuerdos de Paz ellos, ellos y la policía española guiaron la creación de la PNC de Guatemala.
Sus universidades forman profesionales capacitados para trabajar con la realidad del país, el transporte público (incluido el subterráneo) funcionan. Claro que hay pobres; rotos, dicen allí. En cuanto a cultura, Chile ha tenido dos premios Nobel de literatura: Gabriela Mistral y Pablo Neruda. De Neruda, ¿quién no recuerda el poema 20, o sus cantos a Bolívar y a Machu Pichu?
Mistral sé que estuvo coqueteando a través de cartas con su admirado Rubén Darío, no cuando él llegó pobre y con pantalones cutos y un par de camisas a Valparaíso en 1886, sino a comienzos del siglo XX, ya admirado en toda Hispanoamérica. Lo cierto es que siguiendo las huella de mi tatarabuelo Darío yo fui a Valparaíso con el propósito de conocer la reluciente y britanizada
ciudad que lo albergó antes de llegar a Santiago a trabajar como periodista y a escribir Azul.
Chile es cosmopolita, quizás porque está tan lejos de Estados Unidos, de Europa y China. Comercia con todo el mundo; a nadie emborracha con su vino, pero a todo el mundo enamora con su festival de Viña del Mar, donde Arjona ha recibido varias gaviotas de oro.
A pesar de ser geográficamente muy distantes, entre Chile y Guatemala hay poderosos afectos entre ambos, tanto así que hasta un gobernante les hemos prestado.
