- El rey Carlos III ha sido coronado este sábado en la ceremonia más multitudinaria de las últimas siete décadas, manteniendo así una tradición milenaria.
Voz de América
Frente a más de un centenar de líderes mundiales y millones de personas que han seguido el momento a través de televisión, el arzobispo de Canterbury, el líder espiritual de la Iglesia Anglicana, colocó lentamente la corona de San Eduardo, de 360 años, en la cabeza del rey Carlos III sentado en un Trono del siglo XIV en la Abadía de Westminster.
El evento histórico y solemne se remonta a la época del predecesor de Guillermo el Conquistador, en 1066.
Para una nación que lucha por encontrar su camino en la vorágine política tras su salida de la Unión Europea y mantener su posición en un nuevo orden mundial, sus partidarios dicen que la familia real proporciona un atractivo internacional, una herramienta diplomática vital y un medio para mantenerse en el escenario mundial.
«Ningún otro país podría realizar una exhibición tan deslumbrante: las procesiones, la pompa, las ceremonias y las fiestas callejeras», dijo el primer ministro Rishi Sunak.
A pesar del entusiasmo de Sunak, la coronación se lleva a cabo en medio de una crisis del costo de vida y el escepticismo público, particularmente entre los jóvenes, sobre el papel y la relevancia de la monarquía.
El evento de este sábado fue de menor escala que el organizado para la reina Isabel en 1953, pero aun así buscó ser espectacular, con una variedad de insignias históricas, desde orbes dorados y espadas enjoyadas hasta un cetro que sostenía el diamante tallado incoloro más grande del mundo.
Carlos sucedió automáticamente a su madre como rey a su muerte en septiembre pasado, y la coronación no es esencial, pero se considera un medio para legitimar al monarca de manera pública.
El rey y la reina partieron del Palacio de Buckingham hacia la abadía en el moderno carruaje Diamond State Jubilee negro, acompañados por soldados de caballería que vestían petos relucientes y cascos emplumados.
Cientos de soldados con uniformes escarlata y sombreros negros de piel de oso se alinearon en la ruta a lo largo de The Mall, el gran bulevar hacia el Palacio de Buckingham. Decenas de miles ignoraron la lluvia ligera para congregarse en una multitud de más de 20 personas en algunos lugares para ver lo que algunos vieron como un momento histórico.
Sin embargo, no todos estaban allí para animar a Carlos, ya que cientos de republicanos abuchearon y ondearon pancartas que decían «No es mi rey» para expresar su rechazo.
Ante eso y como medida de prevención, se había desplegado más de 11.000 policías para acabar con cualquier intento de interrupción, y el grupo de campaña de la República dijo que su líder Graham Smith había sido arrestado junto con otros cinco manifestantes.
Dentro de la abadía, adornada con flores y banderas, políticos y representantes de las naciones de la Commonwealth tomaron asiento junto a trabajadores de organizaciones benéficas y celebridades, entre las que estaban los actores Emma Thompson, Maggie Smith, Judi Dench y la cantante estadounidense Katy Perry.
Gran parte de la ceremonia contó con elementos utilizados desde la coronación del rey Edgar en 973, como el himno de coronación de Handel «Zadok The Priest», que se ha ido cantando en cada coronación desde 1727.
Pero también hubo novedades, como el himno compuesto por Andrew Lloyd Webber, famoso por sus espectáculos teatrales en el West End y Broadway, y un coro de góspel.
El nieto de Carlos, el príncipe George, y los nietos de Camilla actuaron como pajes, y aunque se trata de un servicio cristiano, al final hubo un saludo «sin precedentes» de los líderes religiosos.
Sin embargo, no hubo un papel formal ni para el hijo menor de Carlos, el príncipe Harry, después de sus disputas con su familia. Tampoco lo hubo para su hermano, el príncipe Andrew, quien se vio obligado a renunciar a sus deberes reales debido a su amistad con el difunto financiero estadounidense Jeffrey Epstein, que fue condenado por delitos sexuales. Ambos se sentaron en la tercera fila, detrás de los miembros trabajadores de la familia real.
Carlos se veía serio mientras juraba gobernar con justicia y defender la Iglesia de Inglaterra, de la cual es el jefe titular, antes de la parte más sagrada de la ceremonia, cuando el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, lo ungió en las manos, la cabeza y el pecho con óleo santo consagrado en Jerusalén.
Después de que se le obsequiara con insignias simbólicas, Welby colocó la corona de San Eduardo en su cabeza y la congregación gritó «Dios salve al rey».