«La primera vez que la vi me pareció chocante». Al poeta Nicolas Behr le habría gustado invitarla a cenar para conocerla mejor, pero resulta que el objeto de su inspiración era Brasilia, la capital planificada de Brasil que el martes cumple 60 años.
Este poeta de larga melena lisa y canosa, nacido en 1958 en Cuaiabá (estado de Mato Grosso, centro-oeste), encontró hace décadas en los edificios futuristas y en el cuadriculado planeamiento urbano con grandes espacios vacíos de esta ciudad utópica un nicho literario un territorio poético por explorar.
«No fue una pasión, fue un amor difícil, construido. Yo venía de una ciudad natural y caí a los 16 años en una ciudad artificial. Y eso me trastornó, me agredió mucho. Pero poco a poco comencé a dialogar con ella, a escribir sobre ella», explica a la AFP.
Y terminó convirtiéndola en su musa, consciente de que él, como ciudadano, es una «cobaya» en este «experimento arquitectónico e urbanístico de nuevas formas de vivir», alzado de la nada en cuatro años en el despoblado centro de Brasil.
«Brasilia es una utopía eterna, nunca se concreta, es siempre un sueño, una construcción cotidiana, constante», afirma.
«La soledad dividida en bloques»
En su ya vasta obra, en la que figuran poemarios como ‘Brasilírica’ o ‘Brasilíada’ (editado en español), expresa su fascinación por la «mayor realización colectiva del pueblo brasileño», los sensuales edificios del arquitecto Oscar Niemeyer y la cálida luz del cerrado (la sabana de Brasil).
Pero también desliza agudas críticas a los contrastes sociales de una ciudad que quería terminar con la desigualdad, a la incomunicación de su urbanismo de «ejes que se cruzan / personas que no se encuentran» y a la excesiva racionalidad de las ‘superquadras’, los repetitivos conjuntos de edificios identificados con siglas y números de los que escribe que «no son nada más que la soledad divida en bloques».
«Brasilia tiene las ciudades satélites (populares localidades que brotaron alrededor del Plano Piloto), los candangos (los obreros que la construyeron), las supercuadras. Y tiene la estación central de autobuses. Y tiene el poder. Todo sirve en el poema, no hay nada antipoético de lo que no se pueda hablar», sostiene.
«Burocrotauros»
Behr es un poeta forjado en la ‘generación mimeógrafo’, un movimiento surgido en los 70 de jóvenes artistas que usaban esas máquinas para imprimir obras de resistencia a la dictadura militar (1964-1985).
En sus libros se «venga de la burocracia, del autoritarismo y de la arrogancia del poder» en una ciudad desprestigiada por la corrupción política y los privilegios del funcionario de la capital, al que describe como un «burocrotauro, un ser mitad hombre mitad sello que vivía por los laberintos de los ministerios».
«Brasilia también es poder, no hay como escapar. Nació capital y después se convirtió en ciudad (…). Creo que nuestra generación va a empezar un proceso para disociar Brasilia de la idea de poder a través del arte», afirma.