Cubulco, Guatemala
Asolada por el arrepentimiento, Rigoberta Vásquez aguarda en el poblado indígena de Cubulco la repatriación de su hijo Carlos, el quinto menor migrante de Guatemala muerto bajo vigilancia de la patrulla fronteriza estadounidense.
«¿Por qué no le dije a mi hijo que no se fuera?», se pregunta la mujer en su humilde vivienda en la aldea San José El Rodeo, en las montañas del norte de Guatemala, dos días después de enterarse del trágico final del menor.
Carlos Hernández, de 16 años, falleció el lunes pasado en la estación fronteriza de Weslaco, en Texas (sur). El joven guatemalteco «fue hallado inconsciente en un chequeo en la mañana», según el reporte de las autoridades migratorias de Estados Unidos.
«Se le evaluó y se determinó que tenía influenza A», dijo un funcionario de la patrulla fronteriza (CBP) a la cadena CNN, respecto a la salud del menor. La estación migratoria fue clausurada posteriormente por un brote de gripe.
Su muerte se suma al deceso de otros cuatro menores migrantes de Guatemala desde diciembre pasado, bajo custodia de la patrulla de fronteras.
«Él tomó su decisión. Él dijo ‘me voy'», agrega la madre de Carlos, que explica que fueron las ansias por una vida mejor las que motivaron al octavo de sus nueve hijos a emprender el peligroso camino a Estados Unidos, una travesía que encaran miles de guatemaltecos cada año.
Carlos, como muchos niños y adolescentes centroamericanos, viajó sin la compañía de un adulto a la espera de ser aceptados bajo las leyes para menores migrantes en Estados Unidos.
Vásquez contó que pidieron préstamos para financiar el viaje, con el que Carlos pretendía ayudar a la familia, incluido un hermano mayor con una discapacidad.
Miles de guatemaltecos y centroamericanos agobiados por la pobreza y la inseguridad emprenden todos los años un extenuante éxodo para cruzar México y establecerse en Estados Unidos.
Guiados por un «coyote», como se conoce a los traficantes de migrantes, Carlos hizo el viaje acompañado de una hermana, que permanece detenida en Estados Unidos.
«De haber sabido lo que le iba a pasar mejor no se hubiera ido, pero uno no sabe», reitera la madre. A Vásquez solo le queda el consuelo de esperar el retorno del cuerpo del adolescente, que podría demorarse dos semanas, según la cancillería.
No se preocuparon por él
Carlos fue detenido el 13 de mayo cerca de Hidalgo, Texas, y el domingo pasado manifestó sentir malestar, según el reporte oficial.
Se le recetó un antigripal y fue trasladado a una instalación en Weslaco para evitar el contagio de otros detenidos. Allí le examinaron una hora antes de hallarlo muerto.
El menor salió de Guatemala el 1 de mayo «y fue la última vez que lo vimos», agrega Rosa Hernández, hermana de Carlos.
En la vivienda, construida de adobe, tablas de madera y láminas de zinc, Rosa explica que su hermano partió empujado por la falta de empleo. Carlos también quería seguir sus estudios en Estados Unidos.
«Él dijo: yo quiero ir allá, allá las cosas son diferentes y aquí no se puede», relata la hermana del menor.
Rosa señala que «ya estaban confiados» porque su hermano estaba resguardado, «en buenas manos», por la patrulla fronteriza y «ya había pasado todos los peligros» del viaje.
«Me duele porque ya estaba en manos de la ley», añade la madre de Carlos.
«Seguro que se dieron cuenta cómo estaba y ellos (patrulla fronteriza) no se preocuparon por él. Eso es lo que a mí me duele y no me siento bien, me siento triste», lamenta Vásquez.
La muerte de Carlos provocó que la Liga de Congresistas Hispanos en Estados Unidos exigiera una investigación por la muerte de los menores migrantes fallecidos bajo custodia de la patrulla fronteriza.
El caso que encendió la llama ocurrió el pasado 8 de diciembre, cuando la niña Jakelin Caal, de siete años y del municipio indígena de Raxruhá (norte), falleció en un hospital de Estados Unidos bajo protección federal tras cruzar con su padre la frontera de forma ilegal.
«Lo que yo quiero es que me manden a mi hijo, eso es lo que yo quiero», insiste la madre de Carlos.